¡Se acabó la fiesta! Llegó la tecnología. Así piensan los tecnófobos.
Para muchos, como bien sabemos, la tecnología siempre son los otros. Es una (otra) continuación del poder de los demás.
El tema es qué tipo de amenaza constituyen esos otros.
Desde la antigüedad, los abocados a la tecnología no son buenos candidatos para yernos.
“Platón en Gorgias (512c) dice textualmente que el nombre de "maquinista" es un insulto y que un ciudadano no debe casar con las hijas de tales sujetos, ni darles hijas propias en matrimonio.”
Me acuerdo que la revista Vestite y Andate había realizado, hace por lo menos una década, una versión actualizada en el siguiente diálogo (que cito de memoria):
- Mamá: mi novio es cyberpunk.
- Muy lindo, nena, pero ¿de qué trabaja?
Claro que no hay que confundir desprecio o baja consideración a la tecnología con la tecnología como amenaza, aunque ambas sean actitudes por completo tecnófobas.
Repasemos rápidamente la primera. El desprecio a la cultura de la máquina es una actitud aristocratizante. Muy de clase. La máquina y el maquinista siempre serán sinónimos de sirvientes. Mejor dicho: los que se ocupan de ese universo son los sirvientes. Cuando a Bioy Casares se le descomponía algo vinculado a la tecnología (la calefacción, el televisor, etc) le pedía a su fiel ama de llaves Jovita que se ocupara de llamar “al entendido”. Una persona de clase no utiliza su tiempo en interactuar con un sirviente con herramientas.
La máquina, para un aristócrata, invariablemente pertenece a la esfera de lo vulgar. Una cosa es tratar de entender a Coleridge; otra es ocuparse de entender cómo funciona un ventilador.
Si seguimos el razonamiento de Julio Payró en “El estilo del Siglo XX”, el saber de la burguesía se formó en una adaptación de las maneras aristócratas.
Si los suplementos culturales de los grandes diarios se ocupan tan poco de las tecnoculturas y cuando lo hacen es sólo para festejar la tecnofobia de Barbara Cassin o los exabruptos de José Pablo Feinmann o Marcelo Birmajer contra los blogs, sin dudas es la misma línea de razonamientos la que sigue en marcha.
Para los editores de estos suplementos un escritor como Michael Chabon es culturalmente más relevante que Linus Torvalds.
Bueno, para eso están los suplementos de tecnología que no son culturales. Son otra cosa.
Pero esta minusvaloración no debe confundirse con la guerra a la tecnología que, para muchos, sigue representando San Ned Ludd. Sí, sí: el culto a los luditas que tanto tiene de roussoniano.
La máquina es el otro, y este otro siempre es el enemigo. Incluso cuando la máquina es ese mismo otro, es porque vino a suplantar a un malhechor: la máquina, para un ludita siempre representa al malhechor. La tecnología no se confunde: o es el enemigo o lo reemplaza.
Claro que, como bien sabemos, la pesadilla es política, no tecnológica. Los luditas no se apropian de la tecnología, sino que prefieren, ante la duda, destruirla. En vez de resignificarla, insisten en descartarla.
McLuhan insistía en que la tecnología es nuestra continuidad. Mercedes Bunz en que esa continuidad siempre debe renegociarse. Los neoluditas, apuestan a que mejor es no negociar nada y quedarnos con lo que tenemos. Para ellos, la tecnología es retroceso. Hacia dónde, hacia qué paraíso, bueno, ese es otro tema.