martes, 15 de julio de 2008

Lombrosianismo anfibio

Sigamos con la discusión que tiene como eje una probable autonomía del ciberespacio. ¿Es provechoso proponer un paralelismo entre la autonomía del arte y la autonomía de las redes informáticas? ¿Funcionan de manera similar? Todo esto viene a razón de una conversación que lleva ya varios capítulos y que Pola Oloixarac resume con precisión en este posteo de Melpómene Mag.


Creo que la complejidad del tema se debe al alto componente de ficción que atraviesa la web, donde muchas figuras del mundo físico se ven definitivamente alteradas, redefinidas. Como sabemos, la ficción que resulta medular en el arte está garantizada hace tres siglos por sus instituciones, que son las que regulan sus variables estatutos. Así podríamos referirnos a una ficción regulada por “el círculo del arte” que actualmente se encuentra desbordada por los nuevos medios. Aún así, la regulación existe y siempre es convencional.
Se trata, ni más ni menos, que de la transfiguración del lugar común, tal como lo define Arthur Danto. Ya no existe nada que diferencie a simple vista un objeto vulgar o una acción cualquiera de muchas obras que pertenecen a la producción del arte contemporáneo.


Podríamos llamar posautonomía a la redefinición de estos límites cuando los medios electrónicos plantean otros desafíos. Poseemos una vida anfibia en la que gran parte de nuestras acciones están mediadas por software. En este contexto, los hackers utilizan recursos que actúan directamente sobre estos límites. Pero un hacker no es por definición un artista. Ni viceversa. Hablamos de distintos tipos de autonomías, es decir, de regulaciones.


Quienes leyeron Contagiosa paranoia, especialmente Arte, electrodomésticos y delito o muchos otros ensayos, saben de mi interés por las dinámicas relaciones entre arte y delito. Y más aún, entre arte, delito y tecnología. Todos lo sabemos: hay figuras penales que ponen límites a los actos de ficción. Los estafadores suelen ser buenos actores. A la justicia le corresponde, en el sistema en que vivimos, diferenciar la ficción del engaño. Tanto como legislar sobre delitos informáticos. Por eso en este posteo señalé que en el Jargon File definen como crackers a los hackers que incurren en delitos informáticos.
Como tampoco soy lombrosiano ni creo en el destino en el sentido clásico, no creo que los crackers nazcan crackers. Sería genial, pero no sucede.


Ahora bien ¿discutimos la naturaleza de la ley que determina que ciertas acciones son delitos informáticos o la naturaleza de los actos de ficción? Iuso realizó su acting en un ciclo de lecturas titulado Confesionario, en un centro cultural. Lo mismo que Habacuc y su famoso perrito resucitado, que fue expuesto no en cualquier parte, sino en el espacio de una galería. En este caso no está en discusión la autonomía, sino la moralidad de un acto de ficción, por la misma causa que la obra del Marqués de Sade fue condenada, Flaubert fue llevado a juicio por Madame Bovary y novelas como Naked Lunch o Lolita fueron prohibidas en su tiempo. Por la misma razón que Florencia Braga Menéndez pedía días atrás la existencia de alguna forma de meta-entidad que censure lo moralmente reprobable en el mundo del arte.

Las imágenes que ilustran estas líneas pertenecen a este sitio.