miércoles, 16 de septiembre de 2009

'Patafísica Dossier (1)


El movimiento patafísico es uno de los más disparatados del siglo XX: no tiene otro propósito que la contemplación de la rareza profunda que cotidianamente organiza al mundo. Nucleó a algunos de los artistas franceses más desfachatados (Boris Vian, Duchamp, Man Ray, Miró, Max Ernst, Eugène Ionesco, entre otros). Se expandió por el mundo, conquistó una forma de pensamiento y –como tantos hábitos franceses– echó poderosas raíces en Buenos Aires. Cuando languidecía irremediablemente, Rafael Cippolini conoció a la viuda de uno de los fundadores del Instituto Patafísico porteño y resucitó el movimiento en Argentina. Hoy, no sólo cuenta con nuevos miembros sino que finalmente celebran unas jornadas planeadas hace más de cincuenta años. Y lo hacen con la edición de un libro impecable.

Por Juan Pablo Bertazza

El chiste que pone en jaque las supuestas grandes verdades deja de ser un chiste. Dispuesta a reírse y, al mismo tiempo, exponer las múltiples grietas de la realidad y los extraños fenómenos de todos los días, la patafísica trasciende los límites del gag. En su Gestos y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, Alfred Jarry –padre de este movimiento– lo definió de manera casi clara: “la patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias, la ciencia actual se basa en el principio de la inducción: la mayoría de los hombres vieron que tal fenómeno precedía a otro y de ello infieren que siempre será igual. En vez de enunciar la caída de los cuerpos hacia un centro, ¿por qué no se prefiere la del ascenso del vacío hacia una periferia?”.


Ciencia de las ciencias (en tanto es a la metafísica lo que la metafísica es a la física), filosofía alternativa, forma de vida, nació el 11 de mayo de 1948 con la fundación del Colegio de Patafísica como contrapunto irónico al prestigioso Collège de France. Entre sus socios ilustres se contaron nombres como Boris Vian, Raymond Queneau, Jacques Prevert, Max Ernst, Eugène Ionesco (quien editó La cantante calva primero en sus publicaciones), Joan Miró, Marcel Duchamp, Groucho Marx, Man Ray y René Clair. Claro que su misma creación también es patafísica: aunque el Colegio fue inspirado por la vida y obra de Alfred Jarry y se creó después de su muerte, puede incluso decirse que también existía antes de él. “Cuando Jarry estudiaba en el Liceo de Rennes, los chicos más grandes se burlaban de Hébert, un profesor de física gordo y grandote, al que le decían que era profesor de patafísica porque no se le entendía nada. Ellos escribieron una obra de teatro paródica sobre él y Jarry toma eso para hacer su Ubú Rey. Los chicos no sólo no se enojaron por la apropiación de la idea sino que no podían entender cómo un tipo tan inteligente se animaba a dar a conocer semejante estupidez. En su momento, un periodista lo descubrió y se armó todo un quilombo en torno de la autoría. Esa obra es tan genial como despareja, pero sobre todo contemporánea y punk”, explica Rafael Cippolini, cabeza del Instituto Patafísico Argentino que acaba de compilar un excelente libro sobre el universo patafísico llamado Epítomes, recetas, instrumentos & lecciones de aparato (Caja negra). Además, organiza las Jornadas patafísicas universales en UBuenos Aires, que comenzaron el jueves pasado y se extenderán hasta el jueves 24 de septiembre en el Malba y la Alianza Francesa con la presencia estelar de Thieri Foulc (un patafísico de alto cargo) y Carlos Grassa Toro (fundador del Instituto Patafísico de España).


PATA ENTENDER LA PATAFISICA

Así como tiene su propia mirada sobre el mundo, la patafísica tiene su propio lenguaje –plagado de palabras esdrújulas y neologismos–, su revista oficial, llamada Viridis Candela, con tirada más que limitada (que cada 28 números, 10 años aproximadamente, va mutando su formato); un calendario (a diferencia de lo que ellos llaman el calendario vulgar, éste se contabiliza a partir del nacimiento de Alfred Jarry, el 8 de septiembre de 1873, con meses que remiten a la simbología de su obra: Ha Ha, Descerebramiento, Pedal, Palotin, Mierdra, Espanziral, Falo, entre otros) y hasta ciertos códigos como, por ejemplo, que el único Colegio es el de Francia y los demás (en Inglaterra, China y España, por ejemplo), son institutos.

Aunque no tiene otra razón de existir que existir, y sus relaciones de poder no ejercen ningún poder, el Colegio también mantiene su propia estructura jerárquica: desde el inamovible Faustroll (cargo bautizado en honor al personaje de Jarry) y la autoridad máxima del vicecurador hasta sus tres poderes: el cuerpo de sátrapas (que tuvo como miembros a Duchamp, Boris Vian y su perro, el único sátrapa canino), los proveedores (quienes administran los bienes reales e imaginarios del colegio) y los regentes (que investigan asuntos delirantes que alimentan el corpus del Colegio).

Hasta ahora, el Colegio ha tenido sólo cuatro autoridades máximas; cada una marcó su época y la reflejó. El primer vicecurador fue el Doctor Sandomir, contemporáneo de Jarry y muerto en 1957, quien ante un pedido de aval enviado desde Buenos Aires, respondió poco antes de morir: “¿Hay que desear que la Patafísica exista en Buenos Aires? Ya existía aquí como en todas partes antes que nosotros existiéramos y no necesita de ninguno de nosotros, pues no está obligada a existir para existir”. Eso, que parece una negación, terminó siendo el visto bueno para la creación del Instituto Patafísico de Buenos Aires.


El segundo vicecurador fue el Barón Mollet, secretario de Apollinaire que asume en 1959 (“en realidad no era barón sino cleptómano: Apollinaire y Picasso estuvieron presos porque una vez la policía allanó el estudio de Apollinaire y ahí encontraron estatuillas del Louvre”, cuenta Cippolini).

A mediados de los ’60 asumió Opach. Su período combina la extrañeza patafísica con la efervescencia de la psicodelia: “Fue una época muy potente, hubo mucha relación con los beatniks, muchos estudios sobre Dick, incluso Los Beatles llegan a la patafísica por Barry Miles, un miembro del Instituto patafísico inglés, socio de quien, en ese momento, era cuñado de Paul y dueño de la galería Indica, donde Lennon conoce a Yoko Ono”, explica Cippolini.

Todo se interrumpe cuando, entrados los ’60, la patafísica pasa a la clandestinidad: Opach se cansa y decide que el Colegio se oculte y evite cualquier tipo de manifestación externa hasta el año 2000. Como máxima autoridad, nadie podía cuestionar su decisión, pero el problema era que no quedaba claro si se trataba del año 2000 del calendario vulgar o del patafísico, una duda que implicaba nada menos que 1700 años de diferencia. Finalmente, Opach aclara que el ocultamiento sucedería hasta el 2000 vulgar. Como si todo esto fuera poco, surge otro conflicto: en el año 1993 muere Opach y el Colegio decide mantener en reserva la decisión sobre el nombramiento del nuevo vicecurador, otra vez, hasta el año 2000. Precisamente el 6 de abril de ese año llegan grandes novedades desde Francia: por primera vez el vicecurador no es francés sino africano; por primera vez no es humano sino un cocodrilo: con ustedes, Su Magnificencia Lutembi, residente en un islote del gran lago Victoria Nyanza. Thieri Foulc, uno de los invitados de lujo a las Jornadas es, precisamente, el encargado de expresar la voluntad del gran cocodrilo.

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Publicada en el Suplemento Radar de Página 12.
Primera foto de Xavier Martín / Segunda y Cuarta de Fabio Kacero / Tercera de Delius