La vida sin cualidades, la ficción sin contenidos
Por José Luis Brea
Perderíamos nuestro tiempo -el de la crítica- si dedicáramos un solo segundo a poner en evidencia la endeble espureidad, las dependencias ideológicas, la trivialidad o el infantilismo patético del “mundo ideal” que se describe, infumable trufado de un empalagoso mejunge capaz de mezclar impúdico figuras de promisión neomística, arrancadas de precocidas mitologías amazónicas -digo yo- con dibujos de vida hermanada en un naturalismo neoecolópropio de la nueva supercherías idílicas tipo Gaia, o sueños de vuelo irisado regados por igual con el más generoso consumo de éxtasis y el mezclado casi arbitrario de cualesquiera mitologías multicultis, llegadas de cualquier parte.
Más aún lo perderíamos -aquí cierta indignación mayor es casi insuperable: la ideología ha perdido textura hasta grados inaceptables a la hora de prefigurar sus dibujos de el mal- cómo lo verdaderamente cómplice ideológico del mundo que hay se cobija en la simplonería caricaturizada con que se traza lo rechazado -como si para recusar lo maligno del mundo que no se quiere bastaran cargar las tintas en cuatro pinceladas mundialmente unánimes, reeditando aquí muy a la baja -menos mal que la reedición de la Replay no es tan sarnosa- antihéroes más refinados, como los de otros tiempos de Apocalipsis mejor psicodelizados.
Autorreferencia: la ideología -re(d)tórica- sin contenido
Y -perderíamos el tiempo, digo- sobre todo y fundamentalmente por una razón crucial: porque aquí ya ha accedido a la evidencia que cuando se trata de producir narrativas de ideología, de identificación -relatos capaces de configurarse como credos implícitos de época- lo que ya no importa es el contenido mismo de los relatos: la propia “narrativa”, lo “contado”. Que aquí, pero ya para todo lo que decide nuestro nuevo tiempo ideológico, es pura y simplemente nada, irrelevancia, frente a lo único decisivo y ahora coronado: la misma arquitectura tecnosintáctica de su fábrica y difusión. Hoy ya no hay otra ideología -ni falta que hace- que la del dispositivo: la ideología es el aparato mismo -de producirla.
Así, ni héroes ni villanos, ni narrativas ni historias: todo es espurio y está de más, para una productividad de ficciones definitivamente postliteraria, postnarrativa, exonerada de toda épica. Lo único relevante es, de una vez, la eficacia del mecanismo generador de efectos-efectos de discurso, pero sobre todo efectos de sujeto. Unos y otros se ponen en juego mediante una maquinografía de espejos -gracias a la eficacia retórica de un recurso autoproductivo que ciertamente descarga toda exigencia de argumentos, cualidades y contenidos.
Mostrémoslo en dos tiempos.
En el primero, parecería que nos movemos todavía en la escena del cine (incluso en el sentido más físico y de lugar, en el de la sala). Lo que él -pero tomado ya como pura ficción de ficción, autorreferencial- es ese juego del verse ver en el que el espectador se reconoce atrapado por la propia economía -de luces, visionado, gafas, dispositivos de mirada- de autocontemplación en la que es requerido a mirarse viendo. Lo que está en juego en ello es exclusivamente eso, y la única ideología que de eso se destila es la promesa de sujeto que se instituye en su fuerza: no son actos literarios -la narración es poco menos que irrelevante- ni la potencia ejemplarizante de los héroes lo que otorga promesa de ser. Sino el mero estar ahí -de lo imaginario, del renderizador de imágenes- en un lugar en el que ser es …visionar, en el que devenir sujeto significa única y simplemente ser … el que ve (que es, recursivamente, la misma aventura del héroe).
Como en la dialéctica de la autobiografía -incluso en la lógica del autorretrato- la verosimilitud del sujeto contado se inviste de fuerza por el supuesto -de ser él mismo el que cuenta la historia, y en ello reposa la densidad de su “tecnología” de (auto)fábrica. Se diría que lo que este cine -postcine- viene ahora a decirnos es: no necesitamos relatos, figuras ejemplarizantes de talla, porque el proceso de identificación con los imaginarios en juego es autorecursivamente sustanciado. La única y trivial “heroicidad” de esta narrativa es el autofabricarse como tal sujeto -y esa promesa es aquí sostenida por la pura mise en scène de la sala o la arquitectura vacía y autorreferente del cine, delgestor técnico de fantasía, de imaginario y su distribución social).
Avatar: el sujeto-log-red… sin atributos
Pero en realidad y si nos fijamos -segunda toma- esto está ya definitivamente más allá del cine -de otro modo tanto vaciamiento de contenido sería impensable, el cine sigue de un modo u otro endeudado con las tecnologías del relato (con la producción de una historia de identificación que se proyecta hacia un otro).
Aquí en cambio lo técnico es pura producción de imaginario: y la ideología el soporte de una tesis simplificada y elemental. Que allí donde se consume imaginario, se produce sujeto efectivamente.
Claro está que todavía queda una restancia ideológica libre, un cierto recurso de contenido: el que se refiere a la arquitectura neural, de red -propia del dispositivo. Hay una promesa de utopía flotando en el aire, en efecto, pero ella se pregona ya únicamente como efecto deconstelación, de pertenencia a los muchos.
Aquí en efecto la traza de la autobiografía persigue un signo de constelación, de tribu, grupalizado. Es cierto que el sujeto se produce en sujuego de habla, pero la aventura que lo consagra no es ya de individuación: sino, y precisamente, el resultado de ese puro negociarse de la fantasía, de la producción de imaginario -en el espacio de un consumo “simultáneo y colectivo”. No hay espejos ya, ni esa mirada lenta de un sujeto que escruta atento el crecer lento de su alma -como proyectada- en el estudio de las narraciones, lo literario, las figuras de identificación.
Aquí sólo hay esa velocidad de la entrada en avatar: ese “loggin” por el que, como nosotros físicamente y colocándonos la prótesis tridimensional, accedemos a la promesa de devenir-subjetividad que nos depara el consumo de imaginario (ese entrar y salir de Pandora -entrando en una cámara que no deja de ser el cine- es la misma metáfora efectualizada en su eficacia retórica del propio proceso autoproductivo que es el devenir-avatar.
Pero no nos dejemos engañar. Esto ya no es cine. Sino la puesta en escena de otra sintaxis productiva -para la que ni los contenidos importan ni la autorreferencia dice subjetividad ensimismada- radicalmente nueva -era secondlife - facebook- que habla de otros juegos y modelos de habla y enunciación. Digamos que una asociada con el “logear”, con ese actividad que consiste en entrar en línea y ponerse en red allí a la vez como consumidor y productor del propio (auto)relato -en el puro curso del situarse ahí, del “entrar” (como se entra en Pandora). El resultado no es ya un devenir sujeto -hablar de sujetos es nombrar algo demasiado denso, demasiado sólido. Lo que aquí sellega a ser, se deviene, está anunciado desde el título.
En efecto, un puro -acaso un mero- avatar.
Cuya credibilidad toda proviene del refuerzo que proporciona el ponerse de la primera persona en la mera estructura de participación en una red de comunidad bajo forma de “sujeto-enunciador”, para el que una fuerza de verosimilitud viene añadida únicamente porque aquél del que se habla -en discurso empequeñecido de autobiografía, tamañito blog- es “también” aquél que habla.
Aquí toda aquella pesadez hard de la conexión matrix, ese artificioso USB físico insertado en el enlace cuerpo-alma (que es también el soporte de todo nexo duro realidad-ficción, aquí se ve aliviado en mera pluma), todo ello se vuelve light, mero soft: la pura seña del haber “entrado” y haberse identificado y puesto en red, en conexión neural -digamos, los mejores teóricos de nuestro tiempo aliados con las visiones más banales y vulgarizadas, intelección colectiva en el espacio del sujeto-red.
Aquí entonces no se nace ni se es: se loguea -y en esa actividad el sujeto se produce como anunciador, eso sí banal.
Tampoco se “muere”, y eso convierte toda la antigua épica en banálica, toda narración en superficie plana, el gesto de autorreferencia de la técnica gestora del conocimiento en pura retórica reticular -y al sujeto que muriera, en mero emisor puntual de su propio último post, la exigua forma de su vida de avatar.
La misma de cada uno de nosotros, seres sin atributos ...
Las imágenes son del fabuloso flickr de Nur Moo