miércoles, 3 de febrero de 2010

Asficción

Abril de 1997. Silvio Mattoni me invita a colaborar con el primer número de la revista El Banquete, editada por Alción. Hay poco tiempo, pero tengo sobre mi mesa de trabajo muchos libros sobre los que quiero escribir. Dos días después le envío este texto. Silvio me contesta, me comenta cuándo está prevista la fecha de edición. En el medio, sus compañeros de staff deciden que el texto no vaya, que no coincide con la onda de la revista. Me olvido de lo que escribí, durante años. Ayer, revisando viejos diskettes, linkeo con aquello.


La magia del error: El escritor Héctor Libertella (Bahía Blanca, 1945) teclea, absorbido por el trance, un breve ensayo cuando, sorprendido, observa que tipeó: "asficción". Se alegra. Descubre que sus dedos ¿casualmente? dieron con la morfología incorrecta y a la vez perfectamente exacta. No sabe si agradecer el lapsus a su vieja Olivetti o al vértigo de la frase -que quizá no sea más que una sola cosa-. El texto se publica con el hallazgo. Felicidades de época: en los ´70, los tipógrafos estaban acostumbrados a osadías incluso mayores. Adicto a los desvíos y a cuanta patología literaria se le cruce (que yo sepa, él es el creador del término "patógrafo", al cual se ajusta mejor que nadie) Libertella, sospechamos que no por azar, termina topándose siempre con la palabra exacta.


Entreacto: El narrador César Aira (Pringles, 1949) pide a su hijo Tomás que navegue en Internet desde un cyberbar para ver que encuentra sobre Marcel Duchamp. Le escribe el nombre en un papelito. Su primogénito regresa con unos pocos párrafos sobre el creador del "Ready-made". Pero varios diskettes sobre estética Manga (comic japonés) y especialmente, la saga Robotech. El novelista se desanima. Yo (Lomas de Zamora, 1967) me alegro enormemente: acabo de leer una novela de Stephen Koch cuyo protagonista es un fan maniático del artista galo. En Japón se gasta más papel en historietas que en idem higiénico. Y, estoy persuadido, que los nietos de Astroboy son mucho más interesantes que las especulaciones del dadaísta. Al menos hoy, abril de 1997. (Recomiendo leer los artículos de Guillermo Quartucci en los números 3 y 4 de la revista Tokonoma).


Lecturas y disgresiones I: En la pasada quincena, leí tres novelas maravillosas de jóvenes autores europeos. "Whore Banquets", (traducida por Marcelo Cohen, y publicada originalmente en Víctor Gollancz, Londres, 1987) de Matthew Kneale (Londres también, 1960) describe la complicada y no muy agradable historia de Daniel Thayne, inglés de 27 años que progresivamente descubre que Japón es una trampa. Tokio, la ciudad que al principio lo libera de los lazos de su familia, sus novias, su tradición literaria, se transforma en un monstruo que lo devora. (Típico de los narradores ingleses: chequear: "The confort of Strangers", de Mc Ewan. Los extranjeros, para los súbditos de su Majestad, devienen, inavariablemente, poco simpáticos Aliens). El director Peter Bogdanovich comentó una vez que el mismísimo Hitchcock le aconsejó a Truffaut: "Nunca dejes de pensar en el Japón; cuidado con esa isla". El relato de Kneale trastoca sorpresa en pura asficción. Y la encarnación del peligro no será sino su amante, una muchacha de Tokio, separada, fanática del Ratón Mickey. Imperdible. No puedo pasar por alto que Kneale, como su creación, Thayne, vivió en ese mismo sitio en esa misma época. No existe asficción (ficción asfixiante, o asfixia por la ficción) que no coquetee con el engaño de la autobiografía.

Idea desmesurada: Que Libertella no definió un tópico, una presunción, sino un género. O algo que se le parece. Vamos a la segunda de las novelas de esta pasada quincena.


Lecturas y disgresiones II: "Diario di un millennio che fugge", de Marco Lodoli (Roma, 1956; quien en la foto que observo parece una especie de Daniel Guebel, nacido no tan paradójicamente ese mismo año, pero en Buenos Aires). Edizioni Theoria, Roma, 1986. Más asficción, claro: y más ficción autobiográfica. El narrador reconstruye memoriosamente su presente y pasado en un diario que traiciona cualquier cronología. Intenta, esforzado, la construcción de un tiempo personal que arrime algunas respuestas. Obvio, estas aparecen simplemente para fugarse. El libro no es otra cosa que un lento rompecabezas que tampoco es plenamente nítido al final de su escritura. Emerge, entonces, esa molestia que se percibe en la respiración pero resuena en la letra. Los autores del Viejo Continente acatan, sin saberlo, la preceptiva nacida en un ensayo, una mañana, desde un (convengamos al menos momentáneamente) lapsus.

Duda: ¿No parecen certificar, los intentos narrativos de este fin de milenio, que el gusto estético del joven Tomás Aira es más agudo que el de su padre? La estética Manga, su desmesurado heroísmo, sin duda obliteran esa fatal reverencia a la épica de la incredulidad, cuyo paradigma pintó bigotes en una reproducción de la Gioconda. Japón es una trampa fantástica. Y Alemania también, como veremos en mi tercera lectura de quincena. Por su parte, el creador pringlense llegó a Asia por primera vez en forma explícita por su "Novela China". Pero las reglas de la cortesía japonesas ya emergían de los modales aborígenes en "Ema la cautiva".
Personalmente, me encantaría volver a encontrarlo por ahí.


Lecturas y disgresiones III: El tercer libro se titula "Nox" y es obra de Thomas Hettche (Giessen, Alemania, 1964). Se publicó por Shrkamp Verlag Frankfurt am Main, en 1995. El narrador es un escritor que asiste a un Congreso de idems en Berlín. Conoce a una mujer que, ya en las primeras páginas le corta el cuello, matándolo. Sin embargo, su voz sigue funcionando para relatar, literalmente, la descomposición de su cuerpo, simétrica a los hechos inmediatos (simultáneamente, mientras se desangra, muere y comienza la putrefacción, se derrumba el Muro y la Historia ya no es la misma). Hettche podría ser tachado de un Hoffman posmoderno y quizá lo sea. Los trayectos de su prosa no escatiman la bestialidad de un autor como Dennis Cooper (tan contemporáneo suyo como estadounidense), pero en estas páginas su escritura llega al tope de la asficción, travestida para la ocasión de sadomasoquismo, salvajismo hard-core y terror dark. Ni el mismísimo Benjamin se hubiera atrevido a sumarlo a su enumeración radiofónica del "Berlín Demónico".


No solo se trata de muchachos: En Francia, los paradigmas de la asficción son señoritas muy jóvenes. Béatrice Leca, (París, 1969) se inscribe en la línea en cuestión con su "Technique du marbre" (Seuil,1996). Y Marie Darrieussecq (París, más o menos la misma edad, supongo) lo hace con "Truismes" (POL, 1996). Por razones de espacio, prometo volver sobre ellas en otro artículo.

Filiación de epílogo: En nuestro país, quizá el único autor que podría atravesar la zona asficciante, en la narrativa del último lustro, sea Gustavo Ferreyra (Buenos Aires, 1963). Con solo un volumen édito de su tríptico (El Amparo -Sudamericana, 1994 - ; se completa con El Desamparo y El Perdón, aún en busca de editor) Ferreyra roza este espacio en una atmósfera muchas veces cercana a la del suizo Robert Walser.
¿Qué características visitará la asficción y en que otras latitudes, si es que lo hace? ¿De cuántas otras formas cristalizará?
Lo maravilloso de la literatura es que las predicciones van más allá del puro cuento. Se convierten, invariablemente, en pura letra.