Originalmente en Ñ
Sucedió en noviembre de 2009. Invitaron a Umberto Eco a programar un conjunto temático de exposiciones, lecturas, conciertos y proyecciones. Rápido y astuto como suele ser, recicló una de sus antiguas pasiones (las poéticas de la clasificación) que muy pronto transformó en un libro fabuloso (un catálogo que puede leerse de modo independiente y contemporáneo a aquellos eventos): El vértigo de las listas (Lumen).
¿De qué trata? De una enciclopedia deforme, adictiva, una literalmente excesiva (más de cuatrocientas páginas) sucesión de imágenes de alto impacto (clásicas, modernas, contemporáneas) potenciadas por otra sumatoria de textos tan diversos como demoledores (de Hesíodo a Italo Calvino, del Dante a Thomas Pynchon, de Rabelais a Joyce, de la Biblia a Carlo Emilio Gadda).
Ninguna novedad: hace más de medio siglo que Umberto Eco se empeña en demostrarnos que los más intrincados laberintos del conocimiento pueden entremezclar tóxicamente provocación y diversión, divulgar e interrogar en un mismo y certero golpe de efecto. ¿Por qué irrita tanto a la intelectualidad más cool? Precisamente porque más que masivo (sus libros son best-séllers desde antes de publicarse), Eco se aprovecha impúdicamente de todos los recursos populares a su alcance para instalar o reinstalar una hipótesis de invariable sugestión. En este sentido, Eco es un curador perfecto, un patafísico que usa al Louvre como un enorme rompecabezas que interconecta y complota toda la cultura occidental convirtiéndola en un gran accidente, y también un extendido patio de juegos.
Todavía no encontré quien argumente que trata de un enfático remix curatorial de El idioma analítico de John Wilkins, que Borges publicó en Otras inquisiciones, en 1952. Más aún, cuando un muestrario de los escritos del naturalista inglés del siglo XVII se reproducen en sus páginas. Lejos de desmentirla, esta imputación me serviría para ir más allá de la construcción de una tradición (los constructores de listas, o como aduce Eco, de elencos, catálogos o propiamente enumeraciones), sino más exactamente de una guerra: las incesantes mareas de reclasificación del mundo (del Gran Bazar de nuestras culturas) embisten, una y otra vez, contra el complejo de órdenes que rigen nuestros modos de conocer y apreciar (otras estéticas de dogmas y determinismos). La retórica de las listas, su aparente capricho (repertorio cargadísimo de colecciones, formas incatalogables, mirabilias, excesos y aparentes anomalías, arqueologías y conexiones culturales shockeantes) guarda en sí toda una dinámica de conocimiento heterodoxo. A no dudarlo, El vértigo de las listas debería ser un manual obligatorio para todo aspirante a curador que se precie.
Umberto Eco y las telenovelas del siglo XIX
El Mal nunca envejece (ni siquiera cuando ofrece su decadencia como espectáculo), así como jamás pasan de moda –tal como insistimos– las intrigas que complotan por el orden y el desorden del mundo ¿de cuántos modos se diferencian y entrelazan, a lo largo de la historia, la seducción del caos, los caprichos del saber y los enunciados de las leyes que gobiernan al universo? Al fin de cuentas, ¿existe un temario más atractivo?
El cementerio de Praga, publicada apenas un año más tarde de El vértigo..., parece simultáneamente, a primera lectura, una reescritura y una variación de toda la anterior producción narrativa del semiólogo, sin desconocer que a su vez ésta también puede entenderse como una reescenificación de parte de su métier teórico. Nos encontramos con la obsesión por los géneros populares (¿qué tan lejano resulta el parentesco entre las estructuras folletinescas a las que rinde homenaje con su escritura de la dinámica de tantas temporadas de series que actualmente se ofertan tanto por cable como por Internet?), por la descripción minuciosa de lugares (suerte de guía novelada de ciudades), el casting de los personajes y situaciones históricas (en este caso Garibaldi, Dumas, Freud y Dreyfus, entre otros), las conspiraciones, las estéticas del esoterismo, los libros malditos y los saberes adulterados o reprimidos. Pero concurrentemente en esta oportunidad tenemos que sumarle la construcción de un personaje –acabado arquetipo de traición y ruindad– el ilegítimo Capitán Simone Simonini, falsificador esquizofrénico, a quien Eco comparó, en algunos aspectos, con el Premiere Silvio Berlusconi. Alguna crítica ha reprochado a la novela su falta de concisión, su progresiva disgregación, desconociendo la elaboración de un suspense emparentado, como dijimos, con las estructuras proliferantes de los folletines y telenovelas.
En este punto, ¿no resulta sugestivo proponer a El vértigo... como un instructivo de uso para abordar El cementerio de Praga? Tan cierto como que podría servirnos para acercarnos además a cualquiera de sus otras novelas, todas articuladas, como veremos, al modo de narraciones de hipótesis, aunque en esta oportunidad, tratándose de una reescritura plural, los mecanismos se presenten como todavía más adecuados. Zdenek Frybort, traductor checo de la obra de Eco, deslizó que esta novela no es otra cosa que la profundización de un regalo que le hiciera al teórico y novelista: una de las primeras guías turísticas de Praga, repleta de mapas y de materiales anexos con los que construir una buena historia, a partir de un nutrido muestrario de lugares y hechos impresionantes.
Otras poéticas de la hipótesis
¿De cuántos modos se ensaya con la ficción? Dicho de otro modo, ¿de qué manera se ficcionaliza mediante el ensayo? ¿Estas inestables fronteras entre el ensayo y los textos de ficción no son un síntoma cada vez más afianzado en la literatura de nuestros días? ¿Cuántas diferencias de fondo encontramos entre ficcionalizar una guía turística de Praga del siglo XIX y ensayar sobre la misma? ¿Qué es finalmente lo que determina la efectividad de una hipótesis? ¿La práctica del ensayo no flexibiliza el uso que hacemos de los materiales narrativos? En "Hacia la Guerra de guerrillas semiológica", combativo ensayo de 1967, Eco expuso que el fin de toda guerrilla cultural no era precisamente el análisis de los contenidos televisivos, sino más exactamente los sillones de la teleaudiencia. Una suerte de aprendizaje crítico contra las formas latentes de la agenda de los medios masivos. Años después y al respecto, aclararía: "Me refiero a un rango de habilidades simples. Después de años de práctica, puedo caminar en una librería y entender su esquema en unos segundos. Fijar la mirada en el lomo de un libro y realizar una buena conjetura sobre sus contenidos a base de varias señales. Si veo las palabras Harvard University Press sé que probablemente no será un romance barato". ¿No estamos frente a una excelente oportunidad para analizar de qué modo las dos obras de Eco que reseñamos resultan útiles a la luz de lo manifestado en aquel ensayo de fines de los sesenta?
Lo cierto es que El cementerio de Praga sigue obteniendo el éxito de muchos libros polémicos. Ante todo, porque la narración hipotetiza sobre la creación y efectos de una obra maldita como Los Protocolos de los Sabios de Sión, sino por los elementos y recursos ficcionales (y sobre todo expresivos) con los que confecciona la narración.
El rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, denunció el mensaje de Eco tildándolo de ambiguo: "El problema es que no se trata de un libro de rigor científico que analiza estos fenómenos, sino que es una novela de trama atractiva que acaba convenciendo".
¿El reverso del sonado caso de Hugo Wast (seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría), acusado de narrativizar Los Protocolos... en novelas como Oro y El Kahal?
Si Christian Salmon, en un libro de fines de los noventa titulado Tumba de la ficción, advertía sobre los aún ocultos peligros de una obra de ficción (dando como ejemplo vertebral la fatwa pronunciada contra Salman Rushdie), ¿no resulta imperioso observar más de cerca las consecuencias y secuelas de la proliferación de un tipo de texto que desdibuja los bordes de la ficción y el ensayo? Enrique Vila-Matas lo plantea de este modo: "Creo que existe una saturación de la ficción que se sabe ficción y también una saturación del ensayo que se sabe plomizo. Sebald, Magris, Piglia, son otros casos claros de introducción del ensayo dentro de la ficción, o viceversa. Mezclar a Montaigne con Kafka, por ejemplo, me parece en este preciso instante una idea muy interesante".
Sicalipsis de la falsificación
¿Tensionar los límites? "Sentí –explicó Eco, en un reportaje reciente– que no sabía cómo el lector iba a recibir a este personaje y si podría confundir entre verdad y ficción. Así es como creé una historia folletinesca y decidí escribir una novela basada en una serie de documentos, tal vez los más odiados de la historia reciente, basados en los protocolos de los sabios ancianos de Sión, para reconstruir la historia del antisemitismo del siglo XIX hasta llegar a Hitler."
¿Cómo percibimos la ficción? ¿Cuáles son sus límites con la teoría? ¿Acaso El vértigo... no es un ejemplo de la realización desde y a partir de la ficción, en tanto sus categorías clasificatorias resultan tan antojadizas como improbables? Como sea, el editor italiano de El cementerio... afirma que la traducción de la obra al árabe será beneficiosa culturalmente, ya que desmitifica Los Protocolos de los Sabios de Sion, que a pesar de sus cuestionamientos de autenticidad siguen utilizándose como fundamento de antisemitismo.