martes, 9 de septiembre de 2008

El Metaverso de Morel


Como si fuera un mito fundacional, un relato de origen, La Invención de Morel vuelve a instalarse cómodamente en uno de los vértices más productivos de la ecología de los medios. Hace mucho tiempo, Robbe-Grillet se había apropiado de esta distopía de Bioy Casares que condensa como pocas narraciones un estado del mundo: el exacto momento en que lo virtual y lo físico conviven, siempre con aristas problemáticas.


Así, Adolfo Vásquez Rocca nos dice: “Bioy Casares a través de esta máquina –que se alimenta a través de turbinas conectadas con las mareas, capaz de reproducir todos los sentidos juntos, pone en juego una de las hipótesis más sugerentes de toda la ciencia ficción, la coincidencia, en un mismo espacio, de un objeto y su imagen total. Este hecho sugiere la posibilidad de que el mundo esté constituido, exclusivamente, por sensaciones. Para ello realiza un trazado elíptico de la isla y el museo, así como una radiografía espectral de los personajes proyectados, para concluir en una delirante y anticipatoria reflexión sobre la realidad virtual y los simulacros, anticipando las preocupaciones de Jean Baudrillard y Paul Virilio –entre otros teóricos de la imagen en torno a los periplos de inmortalidad y la estética de la desaparición.”


Second Life es, ni más ni menos, un archipiélago. Un conjunto de islas. El trayecto de los avatares que nos construimos no es más que un deambular entre islas que no son más que proyecciones que hacen de contexto (simbólico) a otras proyecciones.


“(…) La vida "real", una vez duplicada por la máquina, comienza a perder densidad ontológica, hasta que su peso de realidad es igual a cero, mientras que las proyecciones cobran vida propia asumiendo un extraño estatuto de realidad en relación a la cual el prófugo define sus expectativas; éste, finalmente, decide duplicarse y "editarse" dentro de la proyección eterna.
(…) La novela da un paso más en su reflexión y cuando Morel sugiere que el archivo de imágenes y voces guarda un paralelismo con el destino de los hombres, cuestiona la noción de la realidad: “¿En dónde yacemos, como un disco de músicas inauditas, hasta que Dios nos manda nacer?”.


”(…) El narrador, desde coordenadas kantianas, alude a los límites del conocimiento y las condiciones de posibilidad de la experiencia, poniendo en cuestión la noción misma de identidad : “El hecho de que no podamos comprender nada fuera del tiempo y del espacio, tal vez esté sugiriendo que nuestra vida no sea apreciablemente distinta de la sobrevivencia a obtenerse con este aparato” . El espectáculo del eterno retorno de Faustine y sus amigos, le hace ver al narrador que su vida es “irreparablemente casual”. Rodeado de simulacros, él también se considera como ellos.
En este paraíso artificial, ¿qué le queda al narrador? Enamorado de un fantasma, de una mujer muerta, no le queda otra cosa, para estar junto a ella, que dejarse devorar por la pantalla y transformarse él mismo en simulacro.
Con su seducción y muerte, y con su ingreso a la eternidad del archivo, la hegemonía de una nueva ecología de medios en la isla es completa. El triunfo de la ilusión del narrador es el fin de cualquier intento de escapar al triunfo final de la tecnología.”