martes, 23 de septiembre de 2008

Mi demoledor tríptico

En un mismo día reaparecieron los tres. Nunca habían estado juntos: no al menos en mi cabeza. Pertenecen a tres momentos muy distintos de mi vida. Son de esos personajes que transforman sin mucho gasto la percepción de aquello en lo que estabas enroscado. Uno y otro y otro fueron capitales y sin proponérselo (ni enterarse siquiera) conspiraron para que hoy mis días tengan la forma que tienen. Vamos en el orden en el cual el azar (¿o la fatalidad?) los acomodaron ayer en mi camino.
Primero fue Michel Serres.


M. S.: “Por otra parte, se olvida una de las grandes leyes de la tecnología a la cual llamo yo la inversión de la ciencia. ¿Qué es la ciencia? La ciencia es lo que el padre enseña al hijo. ¿Qué es la tecnología? Es lo que el hijo enseña a su papá. No conozco hoy por hoy un adulto más o menos acomodado, reaccionario o apegado a las tradiciones, a quien un hijo no le haya enseñado a utilizar una videograbadora. Ello anula por consiguiente el problema de la asimilación. ¿Cómo un niño de once años puede enseñarle el funcionamiento de un aparato supuestamente difícil de manejar a un adulto que ha salido de la Universidad? Hay que sacar conclusiones de lo anterior. La tecnología no es tan difícil como parece.”


Después, el majestuoso Zorglub (¡ahora también vuelto programa!).
"(…) Zorglub es inventor de alma; apenas comienza a mejorarse luego una buena ración de la célebre sopa de pan del Profesor Champignac, no se demora en la reinvención de su invento capital: la zorglonda: "si agrego a éste diez transistores y tres diodos, puedo repartir una onda que actuaría lejos de… ". Spirou mismo lo reconoce.”
Zorglub, maestro entre maestros, encarnás los demesurados sueños de la ciencia, la tecnología y el poder. Te admiré desde la primera vez que te leí en la revista Anteojito, hace mucho, mucho tiempo.


Por último, terminé topándome con este instructivo infalible disparado desde la mente peligrosa de David Foster Wallace:

“Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena escritura era la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados”.

Como diría Fantoni “David, estés dónde estés, que estés muy bien.”