domingo, 21 de septiembre de 2008

Otro Steampunk: Buenos Aires según la imaginación de Raymond Roussel


La ciencia y la tecnología despliegan formas siempre diferenciales: el paisaje del mundo se tensiona en sus estéticas. Una y otra se manifiestan en objetos que definen nuestra vida cotidiana: la imagen de una época.


Ya sabemos, el relato histórico les despliega un contexto. Pero a veces éste se ve manipulado. Un ejercicio de especulación narrativa lo desplaza: así ocurre con el steampunk. Como si las retinas de Gustav Klimt y las de Jules Verne se reconfiguraran, sin perder un porte finisecular, en un imparable cyborg.


Otra versión del mundo que nos resulta familiar. La conocíamos por novelas, historietas y películas. Pero el metaverso nos da la posibilidad de transitarla, de habitarla de otro modo. Se trata de un género que es puro remix: la era victoriana tal como pudo haber sido, aunque el relato histórico lo desmienta.


¿En qué clase de turistas virtuales nos convertimos? La familiaridad se enrarece a cada golpe de vista. Si nuestras percepciones están modeladas por la tecnología de nuestra época, este sobreextendido uso del vapor nos transforma en otra clase de transeúntes.


El land que ven se reconoce como “Darians Deviouse Devices & Art Imports: Steam tech and art work ranging from Victorian and technical, to original work by Darian Llewellyn himself.” Una vez más pensamos en la isla de Morel. Tantos predios vacíos (a veces reconocemos lejanas siluetas). Y planos de funcionamiento acá y allá.


Recorro las calles. Es de madrugada en el metaverso. Al menos en esta parte del mundo virtual. Por mi aspecto debo parecer el maestro de una secta. Pienso una y otra vez que Raymond Roussel debería tener su propia ciudad. Una metrópoli rousseliana. Es más: no dejo de imaginar un Buenos Aires rousseliano.


Después de todo, Buenos Aires fue uno de sus puertos imaginarios. Pienso en Lugones, en Rubén Darío, en un adolescente Duchamp, en Carlos de Soussens, en Ricardo Rojas, todos ellos dando vueltas en un mundo donde hasta las magdalenas de Proust deben ser mecánicas.


Las calles que recorro no tienen nada de Buenos Aires y apenas un poco de las revistas científicas que Roussel leía. De todas formas la sensación me invade. Un parque de máquinas. Como si de a poco algunas secciones de las Exposiciones Universales hubieran desembarcado en el Río de La Plata. Todo esto sin salir del metaverso.


Tomo notas. ¿Cómo llegué hasta acá? Pienso que gran parte de la literatura producida en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo pasado está plagada de máquinas y de industrias que señalaban extravagantes ideas de progreso. Por otra parte, la literatura fantástica fue uno de nuestros mainstream durante décadas y décadas. Sería genial que tuviéramos un monumento steampunk a Raymond Roussel. El metaverso también me sirve para esto: para visualizar como podría resultar.