Hoy, en Página 12
Para releer la cultura
Juan José Sebreli, Eduardo Paz Lestón y Rafael Cippolini debatirán hoy en el Rojas, con la idea de “volver a pensar” la publicación que acompañó la discusión cultural durante décadas.
Por Silvina Friera
“¿Qué hubiera sido de nosotros si no hubiera existido Sur?”, se pregunta Gabriel García Márquez. “Gracias a sus libros conocimos autores de otra manera inalcanzables.” Para varias generaciones de argentinos y latinoamericanos esa revista fue una puerta de ingreso “al mundo”. En el primer número, que apareció en el verano de 1931, su directora y fundadora, Victoria Ocampo, expresaba en una carta abierta al escritor Waldo Frank que el objetivo era tender un puente entre la cultura sudamericana y la norteamericana para explorar y comprender “nuestra América”. El eje norte-sur pronto sería desplazado por una ávida mirada hacia Europa. José Bianco, autor de Las ratas, secretario de redacción de Sur durante veintitrés años, la definió como una revista democrática, en la que colaboraban los escritores de las más variadas tendencias, que “ponía en práctica el derecho de disentir”. Para ilustrar este disenso, Bianco recordaba que en uno de sus viajes a París vio Las criadas y decidió comprarle la pieza teatral a Jean Genet para publicarla en Sur. “Victoria era muy moral y no le gustaba la obra, pero le reconocía calidad literaria. En el año 1948 la publicó con una nota que explicaba que a ella no le gustaba.”
Con una política de inclusión de textos basada en la calidad, en sus páginas convivían Mallea, Borges, Julio Cortázar, María Elena Walsh, Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares, Juan José Hernández, Alberto Girri y Alejandra Pizarnik, entre otros. En el homenaje a la revista Sur, organizado por el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038), hoy a las 19 habrá un debate con Juan José Sebreli, Eduardo Paz Lestón y Rafael Cippolini, coordinado por Daniel Molina.
“Alejados tanto de los homenajes sacralizadores como de las demoliciones punk, tratamos de volver a pensar momentos, hitos, monumentos, textos y contextos que aportaron a que nuestra cultura sea lo que es”, plantea Molina a PáginaI12. “De ahí que nos valgamos de la excusa de la primera traducción de Jean-Paul Sartre a nuestro idioma realizada por Sur hace 70 años. Nos gustaba ese choque entre la imagen difundida por el izquierdismo, que veía en Sur un medio que expresaba el cholulismo de una ‘oligarca y su corte’, y la aparición en nuestra lengua de un intelectual que signó buena parte del debate socio-cultural-político-filosófico durante el siglo XX y que lo hizo desde una posición que no podemos dejar de llamar ‘progresista’.” Molina señala que como la revista acompañó el debate cultural durante varias décadas, este homenaje es también un “pretexto perfecto” para releer buena parte de nuestra cultura moderna. “Uno de los muchos aspectos que nos interesó de Sur era su ser contradictorio, por ejemplo, su espíritu cosmopolita y a la vez su conciencia de estar y actuar desde un lugar descentrado: de allí, el logo de Sur, esa flecha que señala hacia abajo –recuerda Molina–. Con sus contradicciones, puntos a favor y debilidades, la revista se pensó y se concretó como arma en favor de la modernización de la cultura y de la sociedad argentina. Y ese gesto y ese rasgo son los que le ganaron su lugar privilegiado en la historia de nuestros debates.”
En las tres primeras décadas de la vida de Sur (de los ’30 a los ’50) el debate por la cuestión nacional de las culturas fue uno de los puntos centrales. “Se dio acá, en Brasil y en Europa; la Segunda Guerra Mundial puede pensarse, entre otras cosas, como el pasaje a las armas de esa discusión”, sugiere Molina. “Borges escribió por esos años su artículo El escritor argentino y la tradición, en el que se enfrenta con el nacionalismo. En ese enfrentamiento contra el nacionalismo, Sur apoyó causas progresistas, como la República Española contra el franquismo, que entre otros defendía Julio Cortázar, y militó en la difusión en nuestro idioma y en nuestro ámbito de las principales literaturas e ideas de la época.” Director del Area de Letras del Rojas, Molina admite que entre los elegidos por Victoria Ocampo hubo mucho tomado de la “segunda selección”, como Rabindranath Tagore o Pierre Drieu La Rochelle, pero también a través de Sur se conoció a casi todos los más importantes escritores del mundo: desde Joyce a Celine, pasando por Jean Genet, Virginia Woolf o William Faulkner. “Para la mayoría de los escritores del boom latinoamericano de los ’60, lo han reconocido García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa, la revista funcionó como la puerta que conectó la cultura de América latina con lo que estaba sucediendo en los centros de producción y difusión de las grandes ideas de la época, que no estaban entonces ni están ahora en América latina”, aclara Molina. “La revista pudo hacer eso porque se hizo cargo de no estar en el centro, sino en el sur; ese descentramiento era una toma de posición.”
Ensayista y editor, Rafael Cippolini dice que hace varias generaciones que “leemos la revista Sur como si fuera una enciclopedia: no ya como el órgano de intervención que fue, sino como una biblioteca de temporalidad difusa”. El autor de Contagiosa paranoia subraya que la notoria marginalidad de las artes visuales en las páginas de la revista “permiten analizar mejor el proyecto en su conjunto: el discurso sobre las políticas de la imagen como trampolín para tomar distancia de la omnipresencia de la literatura, la filosofía y el ensayismo crítico”. En el terreno de las artes visuales, según Cippolini, no hubo mucho debate. “Se trató de invectivas aisladas, de posiciones no del todo dialogadas”, opina el ensayista. “Pero, sin dudas, el debate más visible fue el choque de ideas entre Julio Payró y Guillermo de Torre sobre los devenires y glosarios de la abstracción en la posguerra, una discusión plural que muy pronto se encapsuló. Fue la contienda teórica más nutrida. Opinaron Kosice, Maldonado, Mujica Lainez, Córdova Iturburu y Del Prete, entre otros. Sucedió en 1951 y fue un debate interno con invitados.”
“Sur llegó muy mal a los sesentas-setentas, que indudablemente son las décadas en las que podemos fechar los inicios de nuestra contemporaneidad en las artes visuales”, analiza Cippolini. “Críticos como Parpagnoli o Bayón intentaron ponerla en sincro, pero el sismógrafo de la época era la revista Primera Plana. Sin embargo, es cierto que la publicación de Victoria fue retomada algunas veces como arqueología de una singularísima modernidad, más al modo de un síntoma cultural que artístico, aunque invariablemente vintage. No olvidemos que para los artistas de esta década, así como los de los 80 o 90, el Di Tella es tan histórico y lejano como Sur. Se entiende que no necesiten hundirse en un pasado que se les antoja por demás remoto.”