sábado, 11 de octubre de 2008
Tour Tribal: apuntes (v.2)
Dibujar en el código fuente. Ya lo repetí muchas veces: los artistas del metaverso que me interesan no son aquellos que investigan cómo traducir a un espacio virtual sus obras pensadas para el mundo físico. Por el contrario, son aquellos que desean modificar la forma el que percibimos el mundo virtual. Aquellos que se proponen cambiar los cielos, los accidentes geográficos, las velocidades. Aquellos que desarrollan tácticas para intervenir la matrix. Miren éste desierto de diseño ¿qué obra puede competir con él?
Crear ruinas cada vez más perfectas. Es cada vez más evidente que mundo en el que vivimos no concluye en los confines del espacio físico. Pero actúa muchas veces como símbolo de éste. Sobreimprime imágenes que conocemos, las reubica de manera sorpresiva. La experiencia artística conoce uno de sus comienzos ahí donde la materia ya no lo puede decir todo, no completa su sentido. Ante nuestros ojos, ruinas. Ya no un edificio que fue devastado por la naturaleza o la imprudencia humana, sino que fue creado como una ruina definitiva. Al modo de Fiedrich o Böcklin: la materia simbólica alcanzando su grado de perfección en algo construido en estado de demolición.
Restos de otra civilización. ¿Quién habita este sitio? Esto nos preguntábamos con Valeska cuando explorábamos esta estación. Existen muchos Second Life pero sobre todo dos: esa plataforma construida por personas que buscan un fin específico y por esto replican las instituciones del mundo físico (desde boutiques hasta estadios o bancos, siempre manifestando el aspecto financiero en primer término) o esas zonas, como este desierto, donde el espacio nunca fue más espiritual. Sí, el espacio virtual como síntoma psicológico. La visualidad del espacio como sensación. Esa es una pregunta que sólo el arte puede atreverse a contestar ¿cuánto vale una sensación?
Máquinas que nacieron inservibles. Miren esto. ¿Funcionan? Sí. De hecho son un aparato sensorial. ¿En qué manual de insumos industriales se habrán inspirado para proyectar esta estación que no sabemos para qué sirve? Un tour como éste invita a repensarnos como espectadores. ¿Qué sentido damos a la virtualidad en nuestra vida?
Vértigo. Si, pero distinto. El daño ya no es físico, sino psíquico. Ese es el límite. De eso se trata: un tour es un viaje interior deslizándose entre píxeles.
¿Dónde estamos? Eso nos preguntamos todo el tiempo. Y la respuesta está en los objetos. Cada objeto tiene una temperatura. Un objeto (incluso virtual) posee una sensibilidad cultural. Pero es un síntoma expandido, extravagante: ¿cuál es la cultura a la que remite este desierto? ¿O es que está inventando otro modo cultural?
Descanso. ¿De qué nos cansamos? Es cansancio mental. De llenarnos los ojos de imágenes. De presencias. Nos volvemos a preguntar ¿qué es una exploración virtual? Porque ésta (la virtualidad) es una extensión visual del mundo físico en el que nos movemos, pero en el que todo está descolocado. Intentamos rearmar un puzzle que no sabemos si existe y en el que las piezas no necesariamente coincidirán. Y esta es su gracia: proponer sentidos que sólo tienen utilidad en algo que conocemos con el nombre de cyberespacio.