Hoy inaugura Elisa Strada en Daniel Abate. Pasaje Bollini 2170, Buenos Aires.
Ultra-recomendada.
Va en exclusiva el adelanto del texto de catálogo.
S.B, 11 de diciembre de 2008
Ciao Elisa
Hace no menos de diez días que las imágenes de tu muestra dan vueltas una y otra vez en mi cabeza. No se quedan quietas. Paso de decir en mi memoria porque la expresión no me convence. Utilizando términos de informática, te diría que circulan por mi memoria ram mucho más (y mucho antes) que en mi banco de almacenamiento. Quiero decir: en ellas está siempre la memoria, pero en otro modo.
¿Podría ser de otra forma cuando tus obras conocen más de movimiento que de metáforas? Siempre me atrajo su fina inestabilidad, su morfología oscilante. Aunque ésta no sea (ni de lejos) su cualidad más intensa.
Así prosiguen: rotan, chocan, se desubican, dispersan y reinstalan. A veces me parecen fijas de manera ilusoria.
Ya. “Efímero” (aquello que no puede durar) es un concepto engañoso, aunque nos refiramos a la fragilidad de toda percepción. En principio porque tus imágenes no participan de eso, ya que de hecho perduran con una precisión envidiable. Lo efímero (incluso en épocas como en la que vivimos, en la que estamos enfermos de registro ¡todo está absolutamente registrado!) es por definición inasible. Tan justo ahí, algo importante de la acción se pierde, se vuelve irrecuperable. Ya sabemos, la captura de lo efímero no es más que otra ficción de las formas.
Prefiero intentar definirlas por su condición de fugacidad. En todas adivino la agitación de la fuga, pero de esa especie peculiar de escape que se arremolina invariablemente en un espacio. Digo: fugarse para volver más profunda la percepción de un lugar, para “ahondarlo” en su vértigo. Las palabras, es inevitable, resultan más lentas que nuestros ojos.
Espacios y materias en fuga: esa sensación comenzó en aquella muestra que compartiste en Duplus con Peloche y Salamanco, en aquellos despliegues de exhaustiva horizontalidad. Panorámicas vertiginosas, mezcla de pentagramas urbanos con paisajes de signos. Y la reencuentro hoy, fugas y fugacidades al modo de un minucioso inventario de detalles siempre en tránsito. Un afectuoso catálogo de aquello que salvamos del naufragio –o la bendición- del olvido. Un rescate que vibra como un pez fuera del agua (vértigo en otro medio). ¿Cómo cronicar la fugacidad? Como sugirió en un precioso texto María Gainza, nadie entendió como vos a Buenos Aires si nos referimos al incesante espectáculo de sus fugacidades.
Escribo estas líneas lejos de la ciudad. Apartado del vértigo. ¿Con cuántos estilos nos atraviesa la velocidad? La percepción del arte clásico se edificó en la constante pretensión de eternizar. Hasta bien avanzada la modernidad, el arte en todas sus expresiones se construyó en tanto máquina para volver eterno. Incluso los impresionistas (los primeros avanzados de la fugacidad) buscaban eternizar el instante perceptivo. Digo eternizado, también inalterable.
Exactamente al revés de lo que hicieron los artistas concretos, redescubrís las geometrías de la cotidianeidad. Es evidente: no existe mundo por fuera del diseño. Todo está diseñado (concentrado, estabilizado) y ahora tengo la impresión de que tus morforemixes (perdón por el neologismo) también ecualizan nuestra afectividad. Me paro frente a un kiosco y veo una industria en ebullición.
Por eso me encanta que hayas conectado con la Rodesia en su estado de textura, esto es pura materia de manipulación. Un globo es un píxel que a su vez resume lo físico y lo fugaz: el más eficaz memento mori para nuestros días (la metáfora la propongo yo, me hago cargo). Los carteles inmobiliarios convertidos en tablero de centrifugación gráfica. La forma (herencias de Gombrowicz, una vez más) no ya como ruina sino como índice de ese combate, de un equilibrio progresivamente más imposible. Al fin de cuentas, nuestro presente pero también cualquier otro, no se sostiene en ningún otro componente. Recomposición ininterrumpida.
Incluso en este sitio desmantelado, tus imágenes (en mi cabeza) me internan en un “Estado Strada” (involuntario jeux de mots): percepción de esa continuidad de formas que ya no parecen tener ni interior ni exterior, sólo una vibración que nos mantiene felizmente alertas.
Suerte en la inauguración
Besos