miércoles, 18 de febrero de 2009

Tête de gomme: la cabeza borradora de Duchamp


En principio, lo que pretendo hacer es sumar una serie de borradores, de apuntes de trabajo, de notaciones marginales a lo que puede ser un escorzo para avanzar en una nueva lectura, una sumatoria a eso que es la estadía de Duchamp en la Ciudad de Buenos Aires.
Quiero volver sobre el tema del borrador. La palabra ‘borrador’ tiene muchas connotaciones: tiene la connotación de un boceto, de una puesta provisional; pero, sobre todo, quiero ir a algo más escolar: quiero referirme a ese instrumento que usamos en nuestra primaria para borrar los pizarrones. Y también quiero referirme a una figura ya arqueológica pero que por lo cercana sigue presente: el liquid paper. Quiero hablar de ese tipo de borramiento: el borramiento que no es sino generar una nube.


Ustedes vieron que cuando borran la tiza, se produce una especie de nube; a esa nube me quiero remitir.
Hace muy poco tiempo estuve releyendo un libro fabuloso de Margo Glantz, editado por la UNAM / Ediciones del Equilibrista, llamado Borrones y Borradores, y cuyo subtítulo es “Reflexiones sobre el ejercicio de la escritura, ensayos de literatura colonial, de Bernal Díaz de Castillo a Sor Juana”. De lo que habla este libro que es una compilación de ensayos, es de esa importancia capital que tiene el borrado, o sea, para ella la historia colonial de América está plagada de pequeños borrados.
Lo que me interesa rescatar de esta figura es precisamente que el borrado no es una negación ya que es casi lo diverso al tachar: no es una tachadura, sino que está más cerca, en este caso, de una auto-antología, de una selección, de una auto-edición. Es un trabajo de edición sobre uno mismo, en el sentido de que a partir del borrado, a partir de volver nubes a algunos momentos, uno va eligiendo ciertas frases sobre otras, ciertos adjetivos sobre otros, y de alguna manera, en ese sentido el borrado puede llegar a ser una postergación, no una negación. Es decir, no se le niega sino que se le da otro curso.


Es una elección pero no una negación.
Libertella, un escritor argentino, decía que borrar es una forma de escribir, e insistía en que reescribimos todo el tiempo, borrando partes pero, cuando uno está borrando, esas partes permanecen como fantasmas. Tienen otro tipo de cualidad: son fantasmas dentro del texto, dentro de la narración, pero están. Hay un rastro que no se borra: el borrado es el rastro visible. Es precisamente lo que no es negado sino postergado.
Todo esto viene a cuenta de que entiendo a Duchamp como el gran maestro del siglo XX en el arte del borrado y que, a su modo, intentó construir un modelo bastante difícil de asimilar para todos los que vinieron después.


Quiero hacer otra advertencia, otra salvedad más: no estoy hablando de una ocultación esotérica al estilo de la que plantea Arturo Schwarz, que fue uno de los primeros biógrafos de Duchamp. Porque en el caso de lo que este autor plantea estamos hablando de un cifrado, de un password: tener una clave de acceso específica. Ese tipo de esoterismo, de ocultación esotérica requiere una clave para acceder, que puede ser simbólica o requiere una lectura arquetípica, o demás.
Yo no estoy planteando ese tipo de lectura sino todo lo contrario: no se trata de preservar un dato sino que se trata más bien de alivianar esa carga, como plantea Ítalo Calvino en las Seis Propuestas para el Próximo Milenio –que es el milenio en que nosotros estamos- cuando habla de la levedad como una de las seis propuestas. De alguna manera, generar este tipo de fantasma, o este tipo de borrado es alivianar esta carga, no cifrarla.
Tampoco es una síntesis porque no existe una dialéctica: el borrado al ser una auto-edición, al postergar, al dar otro curso a cierta parte de una narración, no produce síntesis ni negación, sino que simplemente deja como flotantes algunas partes.


Hablamos de fantasmas. El fantasma es siempre una imagen que funciona evidentemente en otro plano. Entonces, de todos estos materiales sucede que titule esta charla: “Tête de gomme”, o sea, “Cabeza de Goma” por la goma que está en uno de los extremos de los lápices. Y esto está vinculado con una figura que es cara a ciertas mitologías de los últimos 30 años que es la de Eraserhead, Cabeza Borradora. Precisamente volvemos a eso que es una genealogía que tiene sus precursores, de hecho, para mí Duchamp es uno de ellos pero tiene además grandes exegetas, en la ópera prima de David Lynch, pero también en el primer disco solista de Thom York que es el cantante e ideólogo del grupo Radiohead.
Duchamp fue, a mi entender, uno de los más grandes, o el más grande exponente de cabezas borradoras del siglo XX. Y entiendo que el viaje a Buenos Aires es un experimento en tanto puesta en escena de esa cabeza borradora. Su primera gran inscripción en el sentido del borrado es el viaje a Buenos Aires.
Alivianar es alterar un valor. Y si hay un gran maestro en alterar valores y proponer valores alterados también es Duchamp.


Otra imagen más: si uno está en un naufragio, en un momento dado va botando elementos. De eso se trata: de ir alivianando elementos. Vuelvo a esa idea del naufragio porque es una idea a la que podríamos retomar, igual que en aquel famoso libro de Hans Blumenberg de La Inquietud que Atraviesa el Río que es esa metaforología de la figura del naufragio. Creo que el viaje a Buenos Aires de Duchamp fue un naufragio y en ese sentido tuvo que empezar a alivianar, de la misma manera que si uno está en un bote en el medio de un naufragio, aliviana.
Si no existiera este borrado, queda lo contrario: el viaje a Buenos Aires vendría a ser algo a lo que debemos darle más y más visibilidad; y tendríamos que empezar a ecualizar esa construcción de visibilidad hasta casi la saturación.
Hace no sé si fueron dos años atrás, más o menos, se hizo un documental, bastante experimental, de Andrés Denegri, en el que había tres relatos ficcionados del viaje de Duchamp a Buenos Aires, que después edité en un número de ramona: uno era de Gonzalo Aguilar, uno de Ana Longoni y otro de Christian Ferrer, el último era muy contundente y se llamaba: “El de Duchamp fue un Viaje Idiota” y creo que si no tomamos en cuenta la idea del borrado, realmente es un viaje idiota.


Pero no estoy de acuerdo con esa tesis y tampoco con la que esgrime Ana Longoni en el otro texto porque creo que no lo fue, sino todo lo contrario: fue un viaje trágico en cierto sentido: un naufragio pero no un viaje idiota. No lo puedo tomar en ese sentido.
Buenos Aires creo que funciona como consecuencia de ese borrado.

Nota: Lo anterior es la trascripción de un fragmento de la charla dedicada a Duchamp en Buenos Aires que di junto a (Gonzalo Aguilar, ambos de IMaDuBA) el 10 de abril de 2008 en el Cedip (Centro de Documentación, Investigación y Publicaciones) del Centro Cultural Recoleta, que será publicada próximamente.