Apuntes y boceto sobre una diseminación albina
Voy a escribir sobre aquel que dijo:
“(...) Pues con estos mantras, por la puerta, entra el techo.
O también la puerta se deshace, al entrar.”
Y para hacerlo tengo que comenzar por otra parte, dar un gran rodeo; y esa otra parte es Lezama Lima. O mejor, uno de los perfiles menos difundidos, menos descritos de Lezama. Porque si dudas conocemos bastante de Lezama Lima como expansor de los recursos gongorinos en las estéticas del siglo pasado, pero ¿qué hay de Lezama lector de Raymond Roussel? ¿qué de Lezama curioso con Macedonio y Gombrowicz? ¿Qué de Lezama atento a las maquinarias imposibles y a menudo torpes de las vanguardias y del teólogo insular obliterado por los object trouvés de las literaturas de posguerra? Ya sabemos: Severo Sarduy, incesante procesador de sus lecturas, por más de treinta años transformó su curso délfico en una fórmula ejemplar y su neobarroco enseguida se diseminó en (casi) instantánea tradición (en nuestro país desde Carrera y Perlongher a sus émulos y clones; en las series más amplias del Continente a través del mapa minucioso que Echavarren, Kozer y Sefamí titularon Medusario, para pasar lista a unos pocos casos ejemplares). Pero la legendaria adiposidad del etrusco de la calle Trocadero también propició zonas mucho más molestas de las que a partir de ahora nos ocuparemos. Si la versión oficial del autor de Paradiso es la que concluye en la edición de la colección de Archivos (esa isla infinita donde Cintio Vitier reúne su gran catálogo de procedimientos hagiógrafos, la misma que fue ordenando post-mortem sus textos en las publicaciones de la editorial Letras cubanas) poco a poco advertimos –con absoluta felicidad- como comienzan a proliferar los involuntarios sabotajes del Aleister Crowley del origenismo, el discípulo que admite haberse transformado en origenista por el sólo hecho de que “...el resto de las alternativas eran mortalmente aburridas.”
Porque de eso se trata: la genealogía existe. Existió el Proyecto Diáspora(s), “(...) más un archivo que una revista, un gavetero paródico donde se fueron plegando lecturas, ficciones, guerras”. Ocho entregas de ese gavetero (dos en ejemplares dobles). Hacia mediados de los noventa, puede que incluso un poco antes Tamara Kamenszain, a su regreso de un viaje a La Habana, me comentó con mucho interés las actividades de este grupo compuesto por Carlos Aguilera, Rolando Sánchez Mejías, Pedro Marqués de Armas, Antonio José Ponte, y Rogelio Saunders (todos o casi todos hoy en el exilio). Lo que me había interesado, fascinado de mis lecturas de Lezama y Orígenes diez años antes, promediando los ochenta, aparecía revisitado en las páginas de Diáspora(s) implacablemente. Reutilizado, desensamblado, reexaminado, repolitizado. Fue entonces leí, con más de quince años de retraso, Los años de Orígenes, de Lorenzo García Vega, autodefinido la bestia negra del origenismo. Un origenista septuagenario y exiliado que se declaraba escritor-no escritor y que reclamó desde el vamos un ejercicio de mala escritura, un desecho de escritura como marca literaria.
‘(...) Un delirio moderno, nuevo en la literatura cubana y al mismo tiempo tan antiguo como la invención llamada “literatura cubana” (si hay un laberinto, es la misma varia invenzione: invención del país, invención de la literatura, invención del cerebro). Lorenzo García Vega habla de la “mala expresión” y de una novela “rigurosamente mala”. Qué gran reto. Un casi insoportable (o insostenible) descaro. (Lo insostenible: qué gran reto.) Encararse con lo Risible así, de buenas a primeras, sin más. Pero pronto se comprende que no hay alternativa. No hay otra alternativa que ese mal relato, sea lo que sea. Relatar el relato, fugar la fuga, relacionar la relación. Eso es lo formidable, lo “moderno”.’ Rogelio Saunders, La escritura en falta (2002).
Un cubano origenista (aunque él insista en no identificarse ni con lo uno ni lo otro, para describirse como un no-escritor apartida) que cita como sus referencias a Macedonio Fernández, Gombrowicz y algunas zonas de Arlt.
Breve collage de citas:
“(...) No se trata de un destartalo al que se le pueda dar una entonación romántica, de denuncia, o un destartalo que pudiera considerarse como perteneciente a cierta manifestación realista, sino otra cosa: algo per se, algo... cómo carajo te puedo decir esto. Y curiosamente es un destartalo que uno a mi afición hacia la alquimia, porque lo alquímico trata de trabajar la materia y a mí lo que me gusta en el destartalo es su materialidad pura, su textualidad pura, su posibilidad de manipularlo concretamente. (...)Vuelvo a la inmadurez de Gombrowicz: eso es lo que me mantiene fijo en lo que tú llamas las "escrituras malas". Soy un obseso con el punto último que se pueda alcanzar, con eso último que se pueda confesar. Siempre, como tú bien sabes, me siento impulsado a hurgar, y a volver a hurgar, para encontrar el reverso. (...) Lo que ha sido una constante en mí es la búsqueda de los últimos elementos de mi imaginación, que siempre me ha interesado más que hacer una cosa “bella” o bien escrita. Más que la frase completa buscar el residuo, ese residuo que creo también les interesaba a los alquimistas.”
Gombrowicz, Arlt, Macedonio: Lorenzo –quien me confesó que cierto día se sentía muy molesto por un tremendo batifondo que le impedía leer con tranquilidad Papeles de Recienvenido ¡y ese escándalo era Fidel entrando en La Habana!- conecta y depura el lado oscuro del autor de Paradiso; él, que atravesó un curso délfico de dos años (así llamaba Lezama a la iniciación literaria de sus discípulos) conoció, junto a Carlos Luis (o Carlos Eme o Carlos Martínez Luis o Carlos M. Luis según las instancias) muchos aspectos de ese otro Lezama (el Lezama que muy provocativamente Carlos Luis denominó patafísico) con quien intentó saldar cuentas en su tan polémico Los años de Orígenes.
Carlos Luis:“A su llegada a New York en 1970, después de un año de estancia en Madrid, Lorenzo García Vega mostraba todos los indicios de una crisis. La crisis con la que tenemos que bregar aquí (de las otras nos da buena cuenta en sus numerosos escritos autobiográficos) forma parte de una experiencia que presenció lo que podemos llamar «la deconstrucción del origenismo». Esa deconstrucción se llevó a cabo en pleno New York dentro de un clima cultural cargado a su vez de cambios, profundos algunos, superficiales otros. (...). La crisis, pues, que Lorenzo mostraba a las claras coincidía con otras a nivel mundial y esto nos ayudó a comprender mejor el clima donde se desarrolló eso que más tarde se tradujo en un libro que levantara ronchas en las filas del origenismo ortodoxo: Los años de Orígenes.”
El texto anterior es un fragmento de un ensayo publicado en la revista Plebella número 6, de diciembre de 2005.