jueves, 23 de abril de 2009
Ensayo, curaduría y crítica
Como quiera que sea, es preciso restaurar, reestrablecer y repotenciar el terreno de la escritura como dominio fundamental del ejercicio de la crítica. (…) El dominio –el régimen escritural- en el que esa recuperación es pensable no puede ser otro que el espacio ensayístico –entendido como espacio abierto a la experimentación, al intento, a la prueba-. El crítico debe ser, por encima de todo y en primer lugar, un buen escritor de ensayo, incluso más un ensayador que un ensayista.
Bien entendido que hablamos del ensayo como una muy precisa forma literaria caracterizada por, antes que nada, su carácter fragmentario, micrológico y paratáctico, refractario a cualquier pretención de prefigurar formaciones cargadas de aspiración veridictiva global –todo lo contrario, el espíritu de desmantelamiento es su élan- y orientado a la intervención puntual, específica y concreta, precisa y nítida como una espada Hatori Hanzo. He ahí por qué su lengua es lanceta y su estilo estilete, he ahí por qué su prosa es aforismo y su dicción poético haiku. Ella no constituye catedrales, grandes monumentos, sino trincheras de guerrilla, pequeñas maquinarias de ataque y fuga, camufladas entre líneas. He ahí por qué su modo de producir para la memoria no puede pretender dejar posos, historia, sino únicamente producir pensamientos de actualidad, intersecciones fulminantes en el campo que produzcan la noticia de aquello de lo que (lo que hay) es carente, como memoria (RAM) de la fuerza inercial del sistema en su búsqueda indecisa, multiintestable, de eventuales direcciones de caída.
Esta escritura ensayística –que se aparece no sólo como dominio del juicio o la valoración, sino también y sobre todo como territorio o máquina de proliferación de interpretaciones y multiplicaciones de los sentidos- debe atravesar y exponerse al reto de la interacción, del estar on line, de contrastarse en tiempo real que las nuevas tecnologías comunicativas hacen posible. Si el poder de la escritura como dispositivo crítico cargado de un potencial ontológico específico radica en su estar estructuralmente proyectado hacia su posteridad, hacia el tiempo otro en que será leída, cabe imaginar que el desafío de un reescribirse y releerse online (en la aproximación que ello supone de los actos de escritura y lectura) supone un margen imponderable de riesgo y a la vez potenciación, que es preciso investigar.
Curaduría y banalidad
La expansión de las industrias del entretenimiento que sigue a la consagración del espectáculo en las sociedades contemporáneas absorbe las prácticas de producción de sentido a su territorio, convirtiendo al crítico en gestor integrado bajo la figura del curator como agenciador de la oferta cultural. Es tarea del crítico resistir a la banalización de su trabajo, oponiendo al objetivo que preside la demanda –el aumento de la audiencia- un objetivo propio de aumento de la cantidad de sentido que circula. Si ello le obliga a organizar menos exposiciones o hacerlas para audiencias más especializadas o mejor predispuestas al esfuerzo de participación en los procesos de construcción y distribución del sentido, no debe dudarlo. La actual inflación del trabajo curatorial apenas disimula la necesidad de la industria cultural contemporánea de abastecerse de productos que ostenten una pátina de novedad o de contenido de significancia. Es trabajo del crítico implicado exigir que esos contenidos no meramente “parezcan” ostentando el brillo engañoso propio de las fantasmagorías, sino que puedan ser realmente inscritos y participados con la máxima intensidad y elucidación crítica pensable.
Las transcripciones anteriores pertenecen a cultura-RAM, de José Luis Brea.
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