sábado, 25 de abril de 2009
Anfibiedad y cuerpo
La virtualidad, más que una condición o estado, sigue siendo un interrogante que se dispara en múltiples direcciones. ¿Por qué no nos alcanza con lo que percibimos? ¿De qué forma y por cuáles intereses construimos aquello que persiste más allá –o más acá- de lo que somos capaces de percibir?
Paul Klee solía defender la peculiaridad de sus imágenes frente a los acérrimos defensores de la figuración realista contestándoles con la invención del microscopio: ¿acaso esas fabulosas imágenes que descubrimos con este instrumento no son reales, no son físicas?
La anfibiedad también emerge como una indagación, jamás al modo de comprobación de algo dado por cierto. Para decirlo de otro modo, la anfibiedad cultural de los tiempos en los que nos toca vivir no es más que una hipótesis de trabajo. Comparte con la virtualidad la certeza de una dimensión que tempranamente atisbó Protágoras: percibimos sólo lo que somos capaces de percibir, lo que está al alcance de nuestra medida perceptiva, siendo la percepción un producto cultural entre otros. Nada existe de natural en la percepción: todo es interferido por nuestras heterogéneas educaciones. Así la anfibiedad es una consulta constante a las posibilidades de nuestro cuerpo ¿cuáles son sus límites culturales? ¿Acaso los entornos en los que existimos no son otro producto cultural al que accedemos por saberes en permanente transformación?
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