miércoles, 8 de abril de 2009

En la cama de Jack Carolina


Después parte nuevamente hacia los Estados Unidos, becado para participar en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. Pasa un año completo con escritores de treinta lenguas distintas deambulando por los campos de maíz de Middle West. Es un año intenso que tiene como eje dos ciudades: Nueva York y Las Vegas.

Lo de Las Vegas conviene mantenerlo en silencio, en un halo de kedusha (*) [sacralidad], porque pertenece al terreno de la pasión y/o santidad del jugador de juegos de azar. En cuanto a lo de Nueva York, la verdad, Rafael, es que no recuerdo por qué clase de combinatoria yo había dado con mis huesos en un heroico cuartel de las Radical Lesbians, en el bajo Manhattan. Allí me habían destinado un pequeño departamento muy lleno de cucarachas, y hacía las veces, no sé, de asesor de ellas. ¿Cómo explicar esto? Tres años antes yo había sido el único hombre en el 1er. Congreso Feminista de América Latina, que duró un mes entero en Córdoba. Tal vez habría que hablar arquitectónicamente del siniestro, ese elemento extraño a un conjunto familiar que paradójicamente justifica, define y realiza su estructura. Algo que no podría no estar. Ahora bien, ¿por qué debía estar yo allí? ¿Sólo por capricho de una literatura transgenérica?


Sea como fuere, por el edificio de calle 6 circulaban las líderes del momento, Betty Friedan, Angela Davis. También había reuniones con la barra brava de los Young Lords, los chicos armados del Poder Puertorriqueño. Frente a mi ventana estaba la Odissey House, el gran centro de reahabilitación de drogadictos donde no había drogadictos sino pícaros que habían conseguido cama y comida a expensas del Estado. A mis espaldas, el galpón de los gordos terribles, los Hells Angels, lleno de sus poderosas motos y sus camperas de cuero negro. Un poco más allá, Bowery Street, con sus hileras de borrachos de Vietnam tirados en el piso esperando que la nieve de Navidad los dejara congelados y tiesos. Los camiones de la policía pasaban de noche y recogían cadáveres de gente con la que tal vez yo había conversado durante toda esa misma tarde.

Por aquellos días, Libertella decide visitar la tumba de Jack Kerouac, que había muerto poco antes. Llega a Lowell, Massachusetts, y se hospeda en casa de la familia del beatnik, donde le preparan la habitación y la mismísima cama de Kerouac.

Seguro que esa noche soñé con Mardou Fox [la heroína negra de The subterraneans]. Por no sé qué rara operación fonética, la suegra de Kerouac lo llamaba ‘Jack Carolina’. ¿Habré dado con la casa indicada? El cuñado me llevó al cementerio, aunque la tumba todavía no estaba construida. Sólo pisé un rectángulo de pasto con un volcán abajo. En el bar que Jack Carolina solía frecuentar me senté a la barra con sus viejos amigos. Entre trago y trago se fue deslizando una verdad que todavía hoy me llena de terror: ninguno confiaba en Kerouac; lo habían descubierto en su único interés que era escribir. Lo consideraban un traidor de la vida, alguien que participaba con ellos de la borrachera pero después corría a su casa para enfriarlo todo. Como si las mil y una historias de droga, sexo, alcohol, mujeres y caminos se resumieran en la imagen de un robot monomaníaco sentado frente a una Remington y ajeno al mundo al que simulaba pertenecer. Un muerto en vida. Esa paradoja, no sé, me conmueve hasta el día de hoy y hasta un poco me identifico en ella. Pero la identificación es siempre un efecto provisorio, ¿no?”


El 1971 viaja a Europa. Allí realiza largos periplos a dedo con María Martina Iturrioz (*), su compañera de aquellos años.

Así como se dice que el alcohólico toma por tomar, sin buscar efectos anímicos o que el jugador juega por jugar sin buscar ganancias, así me parece que anduvimos Europa. No nos importaba conocer sitios. La clave de esto se dio un día en las afueras de Brujas. Decidimos hacerle dedo al primer auto que apareciera, en cualquier dirección que fuera. De oeste a este o de norte a sur, fuimos y vinimos en un tablero de ajedrez alucinante: cinco veces cruzamos la ciudad de Brujas en una misma tarde. De la libertad absoluta a la trampa había un solo paso. Desde entonces me quedó la impresión de que la literatura es ese ir y venir sobre una huella que nadie eligió. Como el alcóholico o el jugador, tal vez el escritor sólo escribe por escribir.

En Londres, en la embajada venezolana, le informan que ganó en Caracas el Premio Internacional Monte Avila con Aventuras de los Miticistas (*). El libro puede leerse como una continuación de las estrategias narrativas de los Hiperbóreos, salvo que la estética vertebral se tiñe de simulacros de una Edad Media Fantástica, extremando el juego de arquetipos y símbolos y dispersando más y más las tentativas de su red.


Luego de su errancia europea regresa a Nueva York, en pleno verano. De ahí vuela a Caracas, en agosto, a recibir el premio, para volver casi de inmediato a la Argentina. Más específicamente al Bajo: a un departamento situado en Florida casi Viamonte. A pesar de ser ya una zona en la que el Instituto Di Tella se abandonaba a su fantasma (había sido cerrado unos años antes), el ruido de los sesenta aún persistía, un lustro después. Quizás entonces el epicentro haya sido la no menos mítica Galería del Este, en pleno territorio borgeano.


Nota: El texto anterior es un fragmento de “Juan Moreira entre elefantes” La autobiografía de Héctor Libertella que en realidad escribimos juntos:

Libertella: “Hay un chiste de dos adivinas que se encuentran de casualidad y una le dice a la otra: ''Hola, ¿cómo estás?'' Y la otra le contesta: ''Vos bien, ¿y yo?'' Quizá la vida de uno sólo es adivinable en palabras ajenas", argumenta Héctor Libertella sobre Juan Moreira entre elefantes, uno de los nueve (¡9!) libros inéditos del autor —éste, en colaboración con el joven crítico Rafael Cippolini—. "Imaginate que otro escriba por vos tu autobiografía. Esa perversión, esa sustitución de persona la hizo Rafael conmigo. Yo a esa práctica que inventó la llamo transbiografía. Al fin y al cabo, después de Encore, de Lacan, estamos en condiciones de saber quién es y cómo no es el otro." (Fragmento de una entrevista realizada por Marcelo Damiani).