domingo, 12 de abril de 2009

La literatura no existe


Edoardo Sanguinetti
Se puede enseñar la literatura? ¿existe la historia de la literatura? ¿para que sirve enseñar literatura?

A 1
Enseñar es imposible. Aprender, en cambio, no. Desde el punto de vista exquisitamente (y genéricamente) didáctico, no se puede dar, y en efecto no se ha dado, un paso más allá de Sócrates. El docente es mayeuta, partero, obstetra. Estéril, no fecunda nada ni nadie.

A2
Enseñar es posible. Esta actividad pertenece, Sócrates es testigo, al arte erótico, capítulo de la seducción. Testigo, sobre todo la socrático cicuta, de que el docente que vale corrompe al joven alumno. Le incita a preñarse de prisa, le induce a amancebarse inmalthusianamente con esta o aquella práctica intelectual. Por ejemplo, para el caso, con la historia literaria. Toda la importancia de la lección, del seminario, de la discusión, reside allí. Es necesario, en lo posible, desencadenar una específica libido disciplinaria. Y provocar una inmensa vergüenza por cualquier posible debilidad que se refiera al Eros cognoscitivo. Y al productivo. Más allá de Adán, a este respecto, no se ha dado, ni se puede dar, en efecto, un paso adelante. Se puede estimular demoníacamente (también en la acepción socrático) la pérdida de la inocencia y de la ignorancia, inducir una mente casta a desvirgarse, ni más ni menos. Provocarla a procrear. La seducción está relacionada con la oralidad ilectio, oratio, dialogus). El arte mayéutico interviene después, cuando todo está consumado y, es obvio, en condiciones de gravidez avanzada. El docente que vale reúne en sí mismo las virtudes del corruptor y del partero. El docente que basta posee una de las dos virtudes. Los demás docentes no sirven.



La historia literaria existe. Y tal vez en exceso, como lo demuestran los manuales a la venta en las principales librerías, las cátedras que obedecen a ese nombre, los exámenes que de tal expresión toman el título. Por qué y cómo haya nacido la literatura, por qué y cómo haya nacido la historia de la literatura (y sus manuales, sus cátedras, sus exámenes), tratándose de fenómenos históricos más o menos relevantes (aunque no tan monumentales como suelen pensar examinadores y examinandos en acción), es algo comprensible, explicable e inclusive - teniendo en cuenta las advertencias expuestas arriba enseñable.

B2
La historia literaria no existe. Basta rebuscar en Marx los motivos de su inexistencia, y no se requiere repetirlos. Existe, en cambio, la historia tout court. La historia de la literatura es un fantasma intelectual que, no obstante, es practicable en el marco de la comprensión de la historia tout court.

C1
La literatura no existe. No es posible, por mucho empeño que se ponga, encontrar en un texto, como quiera que se lo analice o descomponga, esa sustancia o estructura o espíritu o lo demás que se desee, que logre definir, del modo que sea, la literalidad. Aunque sea naturalmente posible, más aún, altamente frecuente, encontrar en el texto signos que indican la intención literaria dentro de un cuadro institucional determinado. Hay textos, incluso, que son, por decirlo así, un signo continuo. Es posible, y justo y necesario, en casos semejantes, entender que son textos escritos íntegramente en código, o mejor, en jerga.


C2.
La literatura existe. No en rerum natura, sino en hominum historia. E útil, e incluso importante, reconoce y descifrar códigos y signos. El estudio de la literatura es una forma especializada de alfabetización cultura socialmente motivada. Quién no descifra un código, una jerga, quien no capta un signo o un sistema de signos, está menos alfabetizado que quien los descifra. Peor para él. Hasta la comprensión de un simple telegrama exige una competencia que, por lo demás, se puede alcanzar (para el caso, con relativa facilidad). También la comprensión de una carta, de una caricatura, de un recorte publicitario, de un periódico. También La Divina Comedia.

D1.
El código lo es todo. Poseer un código adecuado a un texto lo es todo. Quien tiene el código, quien comprende signos y señales, descifra; desenvuelto y seguro. Es como conocer un idioma, ni más ni menos. Quien posee el código lee, si lo desea, el texto.

D2.
El código no lo es todo. Porque aunque en efecto el código descifre el texto, el punto central, verdadero, es a fin de cuentas, descifrar el código. Comprender un código es más que comprender un texto.
Además de ser más, es otra cosa. Descifrados los telegramas, se trata de descifrar históricamente el código telegráfico. Etcétera.

E1
Descifrar los códigos literarios no es tarea del docente de literatura, quien es un descifrador de textos. Descifrar los códigos es oficio interdisciplinario, como se dice ahora. 0 bien, como debe decirse con mayor propiedad, es tarea de la única disciplina que realmente existe, es decir la historia.


E2
Descifrar los códigos es tarea del docente de literatura.
Más aún, su tarea es descifrar los códigos literarios y extraliterarios. Y es su tarea en la medida en que, como se dice ahora, realiza una labor histórica. Y no es que el resto sea sólo literatura. Lo que ocurre, más bien, es que lo demás es silencio.

F1
La función estética explica la función literaria. La historia de la función estética es la clave de la historia literaria, a la cual confiere sentido y coherencia.

F2
La función conativa explica la función literaria y explica también, al mismo tiempo, la función estética. En última instancia cada mensaje, cada texto, se comprende en relación a su específica y concreta función conativa, explícita o latente, de persuasión patente y/o de persuasión oculta. Es decir, en relación con una práctica ideológica. En resumen, en relación con una práctica social. O también, ideología y lenguaje, con particular atención al grupo social emisor y no menor atención especial al grupo social destinatario. Pero hay que considerar también los grupos sociales transmisores. Lo que se trata de aprehender es la concreta red de relaciones sociohistóricas que el texto manifiesta.

G1
Dicho esto, todo ha sido dicho.

G2.
Dicho esto, no se ha dicho aún nada. Se trata de arremangarse la camisa, docente y estudiante, y de trabajar. Con los textos, con los códigos, con los signos, con la ideología, con la historia. El docente, entonces, abre su tienda artesanal (mejor si adecuadamente desarrollada a nivel de alta industrialización, y si bien dotada de oportunos instrumentos tecnológicamente avanzados y de surtidos laboratorios) y se pone a trabajar. Y hace trabajar.


H1.
La escuela (instituto, universidad) no es un lugar donde se enseña. Y tampoco, estrictamente, donde se aprende. Es un sitio donde se produce (se debería producir) trabajo intelectual. Trabajando, si se quiere, hasta se aprende. Como en la escuela primaria (a leer, a escribir, a hacer las cuentas).

H2.
La escuela (instituto, universidad) es un lugar donde se enseña. También, si se quiere se enseña hasta a enseñar. Y aquí conviene comenzar desde el principio, empezando por
A1


Addenda: Hace ya unos años (varios), fuimos con Fabio Kacero y Benito Laren a escuchar a Sanguineti, que leyó acompañado de María Inés Aldaburu. Me encantó oírlo, verlo. Venía leyéndolo desde hace más de veinte años y ahí estaba. Ayer lo cité en el Cippodromo. Ahora encontré este texto, Apuntes de didáctica literaria (publicado acá) que me parece una pequeña joya. También este video.



Edoardo, Salud.