sábado, 27 de septiembre de 2008
Damien Hirst : Los espejos no mienten
Publicado hoy en ADN, La Nación.
Cada vez resulta más difícil saber dónde concluye el arte y dónde comienza el mercado. Y al revés. Es un límite que día a día se vuelve más lábil e inasible, aunque jamás inestable. Damien Hirst no sólo lo sabe, sino que es uno de los principales promotores de este síntoma. Por cierto, la frontera no se desvanece, por el contrario: Hirst pertenece a una tradición que opera por acumulación.
La primera línea de su minibiografía en el popular catálogo Art Now (2005) reza: "D. H. es a la vez un showman, un empresario, un especialista de la autopromoción y un artista". La provocación se manifiesta ya en el inicio: su rol de artista es el último en la enumeración. Por supuesto, la ubicación no es gratuita y menos aún inocente: Picasso, Dalí y Warhol (para citar tres nombres insoslayables del siglo pasado) también oficiaron de gerentes y marchands de su propia imagen, al punto de que en la frase citada podríamos sustituir el nombre del creador inglés por el de cualquiera de sus antecesores y nadie se escandalizaría. Los tres fueron showmen, empresarios y especialistas de su autopromoción, y propusieron creaciones que resultaron escandalosas para el público. Desmesurados y ambiciosos, desafiaron los límites del arte por fuera de los museos y galerías, y resultaron noticia por el exorbitante valor económico de sus obras. Pero la diferencia está a la vista: entonces el mercado del arte seguía siendo secundario. Ningún crítico, historiador o teórico hubiera admitido el precio de una obra como garantía definitiva de valía.
Al igual que sus predecesores, Hirst sabe que no basta con perturbar con una obra absurda, impúdica o formalmente aberrante para los estándares de una época. Sus obras poseen una impecable ejecución, aunque siempre habrá quien se queje. Vivimos en un tiempo en que las ferias de arte son tan valoradas (o más) que cualquier otro evento artístico. Art Basel, Arco o arteBA suelen ser más esperadas que cualquier bienal o evento masivo. Ya vimos, Hirst no es el primer artista en considerar el mercado como parte de su obra. Es más: sabemos perfectamente que el mercado es la materia de muchas de sus obras y no sólo su ineludible contexto. Las siderales cifras de su operación, en pleno derrumbe de la bolsa estadounidense, y las sospechas de manipulación de las ofertas no sólo lo han vuelto aún más rico, sino que nos vuelven a enfrentar a la incómoda certeza: la producción artística es uno de los más eficaces termómetros de la sociedad. Como sabía la madrastra de Blancanieves, los espejos no mienten.
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