sábado, 22 de noviembre de 2008

Necesidad de la pausa


La pausa a la que me refiero no ha de entenderse sólo como una detención pasajera del flujo sonoro o visual, sino también en el sentido de un intervalo que se inserta entre obra y obra, entre obra y espectador, para permitir que la obra pueda acogerse de una manera diferente de aquella con que se “perciben” los sonidos, los ruidos y las imágenes anartísticas.


Este es otro de los problemas que considero esenciales y en el que ya he tenido ocasión de insistir: aquella “atención distraída” (fenómeno destacado por Adorno), que suele ser la actitud más frecuente con que el pueblo aborda la obra de arte, debe modificarse radicalmente.


Quiero decir que es indispensable que quien escucha u observa realice una toma de conciencia, abandonando la pasividad de una recepción meramente sensorial, carente de todo elemento crítico, especulativo o analítico.


Propiciar la existencia de una pausa, de un intervalo en la recepción de una obra, no significa en modo alguno restablecer una situación de elitismo en que ésta se encontraría aislada de la gran masa de “consumidores”, sino reconocer la necesidad de una zona neutra, que permita distinguirla de lo que lo rodea, y singularizarla. Tampoco significa excluir toda aproximación directa a la obra, sino sólo exigir que ésta sea más consciente y “especializable”.

Gillo Dorfles, El intervalo perdido (1980)