jueves, 21 de mayo de 2009

Estilo y dimensión border


¿Cuándo el estilo dejó de ser lo que era?
¿Qué tanta distancia existe entre la desconfianza y la fascinación?
Todo estilo fue siempre cuestión de creencia: lo irremplazable de ciertos clisés.
La sumatoria la consenso y el determinismo obtuso: existir fiel a (el dogmatismo sobre) una forma.
¿Por qué nos gustan tanto aquellos artistas que utilizaron los estilos como un mapa de desconciertos?


El futuro también tuvo siempre sus estilos.
Hace ya demasiado tiempo que sus imaginarios se debaten entre la teología y tecnología.
¿Será que la imaginación tiene cada vez menos elementos?
¿Qué sus materiales se agotan?
Algo así sucede. El futuro no solamente nos resulta demasiado familiar, sino viejo. Muy viejo. Incluso para las imaginaciones más radicales es casi un geriátrico de ideas.
¿Hasta qué punto fuimos canibalizando la sorpresa?
¿Qué nos queda de ella?


Parece una boutade y quizá lo es: las predicciones son simplemente presente expandido. Demasiadas novedades todos los días. Tantas, que ya se parecen demasiado entre sí, que nos parecen innecesarias. La blogósfera da cuenta de ésto: ¿no es acaso una inabarcable máquina de remixar, un ejercicio de tuneado de dimensiones colosales?
Frente al quantum ¿no es cada vez más ridículo subrayar unos estilos sobre otros? Más que lo irrepresentable, de una vez por todas lo impresentable.
No aquello que no puede representarse (mediante errores, dificultades, distorsiones y atajos, absolutamente todo es representable), sino aquello que se prefiere relegar porque no cumple las condiciones mínimas de calidad.


Es un tema clásico en las artes que las poluciones de discurso confundieron una y otra vez. No se trata tanto de ir contra una institución establecida por su dominio de poder, sino de saber abrir canales para diseminar lo que estas aduanas jamás distribuirían.
En épocas posmodernas de multitudes inteligentes, de redes donde todo puede ser linkeado, lo impresentable se erige como aquello que no es cool. Simplemente otro desplazamiento de elite.
El snobismo, ya sabemos, tiene su tradición y esta se funda en la disputa de elites: aquella que no tiene títulos nobiliarios (sine nobile, tal es el origen de la palabra) contra aquella otra que no hace más que ostentarlos.


Como leímos en el blog Mao y Lenin hace poco, los fanzines clásicos, mimeografiados, fotocopiados, burlaban el consenso para circular de otra forma, para traficar otros modos (distintos idiolectos y (p)referencias). El mejor espíritu de los blogs proviene de este tipo de política de la información.
De esta urgencia. Precisamente: de lo border.
Nada inquieta más que lo border.