martes, 19 de mayo de 2009
Instalaciones virtuales, editorialidad de combate y cultura web
No es lo nuevo, sino el fondo.
Las dimensiones que se entremezclan y cada cual resetea su propio tiempo.
Un tempo tan lento como la luz que nos llega de las estrellas.
Eran los primeros meses del año 2002.
Estábamos preparando un extenso remixado de textos para un dossier de lo que luego fue el voluminoso número 9/10 de la revista tsé=tsé (que entonces tenía cuatro editores.) Se trataba de escritos de muy distintas épocas (los más antiguos de 1965, los más recientes de apenas días) y Libertella (su autor) insistió en repensarlos como un conjunto de instalaciones.
¿Qué sentido tenía, que otra política nos llevaba a insistir con ese formato -la instalación- en algo (quizá) tan clásico como una revista-libro?
No dejaba de llamarme la atención el entusiasmo de Héctor: hacía tiempo que en Chile (y en particular el teórico y curador Justo Pastor Mellado) se había comenzado a desarrollar el concepto de “editorialidad” para el dispositivo-exhibición en su variable más crítica: ¿de qué modo se articula una exposición prosiguiendo un modelo editorial?
Sí: una muestra debía ser editada. Jorge Sepúlveda T. (asimismo crítico y curador) también avanzaba en esta dirección.
Extraña (y doble) transferencia: las curadurías editorializaban y nosotros presentábamos un conjunto de textos como una serie de instalaciones.
Recién al año siguiente Interzona publicaría en Argentina Perros Héroes, nouvelle de Mario Bellatín que lleva por subtítulo Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois, y cuyo dossier final se presenta como una instalación. Pero ésta referencia y dispone un conjunto de imágenes que se sobreagregan al texto, no lo redistribuye, se trata de un aditamento, de algo anexado, de un complemento.
¿Debido a qué, cuál es la causa de esta metonimia de procedimientos?
Eloy Fernández Porta en éste reportaje hace referencia al giro narrativo de Julián Ríos, quien luego del joycismo de libros como Larva y Poundemonium comenzó a ensayar otro tipo de mixtura y tensión: otra dimensión de narrativa pintada construida a partir, en sus primeros intentos, de dibujos de Roy Liechtenstein. Pero en estos avances, una vez más, la visión excedía a la escritura, venía a sumarse, a embestirla.
No en el caso de lo que experimentábamos con Libertella: sus instalaciones literarias absorbían las imágenes, las entendían en el seco molde de la tipografía.
También es cierto: la prosa libertelliana se mostraba acompañada de dibujos de Eduardo Stupía (como en el maravilloso e inédito volumen El bazar de todas las cosas del mundo). Pero en este caso, al igual que en el clásico hacker de Eric S. Raymond (La Catedral y el Bazar) se trataba de un tipo diferente de economía, a la vez de un ejercicio estratégico y diferencial.
Instalaciones, siempre. Como quien instala otro software.
Faltaban entonces casi tres años para que Alejandro Piscitelli (2005) visualizara internet como la imprenta del siglo XXI. La necesidad de establecer nuevos cruces entre la web, las prácticas contemporáneas de arte y otras redefiniciones de la escritura literaria se evidenciaba imperiosa, aunque sus cruces aún resultaran leves. De hecho, cinco años antes, en esa utopía titulada El Árbol de Saussure, Libertella investigó una nueva arquitectura de red como diagrama clave de una situación literaria (algo en sintonía había realizado con la filosofía Michel Serres en Hermes I, libro que Libertella nunca leyó.)
Un texto que se despliega como una red, esto es: con 98,5 % de agujeros.
Como dice Mariana Robles desde la contratapa de investigación/ infraestructura:
“Así como las constelaciones de estrellas producen formas que sin la mínima intervención de la mirada no serían más que una extraña masa luminosa, los datos son un aglomerado informe que la mirada clasifica. Si ese aglomerado informe es arte contemporáneo, lo más interesante es que esa mirada se ocupe de los rasgos particulares, los nudos de estrellas, los agujeros negros y los vacíos inexplicables, para no articularse reiteradamente sobre lo siempre visto o lo siempre dicho”.
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