lunes, 11 de mayo de 2009
Pomelo
El ensayista full time Rafael Cippolini dejó escrita en su libro “Contagiosa Paranoia” (Interzona, 2007) apenas una de las escenas argentinas de Pomelo. Se cita ahora como ejemplo del poder objetual de esta serie de libros donde “Pomelo” oficia como virtual Everest.
“Si la memoria no me falla, para mí todo empezó con la edición porteña de Grapefruit, que comenzó a circular, en traducción de Piri Lugones y con cubierta del Oso Smoje, seis años después de la original norteamericana de Simon & Schuster. Era 1970 y yo tenía entonces tres años, por lo cual tuve que esperar nueve más hasta que cayera, literalmente, en mis manos. En una librería de la ciudad en la que vivía (Lomas de Zamora), abrí el ejemplar al azar y leí:
Pieza de Arvejas
Llevar una bolsa de arvejas.
Dejar una arveja en cada lugar donde se vaya
Invierno de 1960
Ese tipo de cosas se leían la primera vez que se abría el objeto de tapa cuadrada multicolor conocido como Pomelo. Cuando lo compré en Parque Rivadavia sobraban ejemplares y se vendían a $5 (circa 1 a 1): ahora escasean y pueden llegar a valer $50. Voy a abrirlo al azar, una vez más (así se lee Pomelo) para que hable:
Pieza de iluminación
Encender un fósforo y vigilar hasta que se consuma
Otoño 1955
El lector equis de Pomelo poco sabe de George Maciunas, la internacional neo dadaísta llamada Fluxus y demás vericuetos de la vanguardia artística tardía del siglo XX. En apariencia es un sol pop, sus colores son los del swinging London, su cara visible remite directamente a Los Beatles. El target de Pomelo es pop, joven, decontracté. Por dentro es otra cosa. Un manual de instrucciones de la nada, el software mismo de la actitud poética. ¡Qué bueno sería poder hacer ahora una encuesta de marketing entre los lectores equis que se compraron “Pomelo” arrastrados por el armagedón beatle de 1970! ¿Cómo se habrá leído el colmo del mal de Yoko Ono?
Al fin y al cabo, el lector equis debería saber que la edición porteña de Pomelo (remárquese: la primera edición en español, la única hasta 1995) es uno de los últimos estertores de la onda expansiva del Di Tella.
Es usual y sigue siendo extraño reconstruir una historia desde un puñado de anotaciones desprolijas, al borde de la abstracción. Daniel Divinsky había dicho primero, por teléfono, que Pomelo era la aventura de su vida y que tenía muchas historias para contar. Después, en el maremagnum de libros que es su escritorio en la editorial De la Flor le sugerirá al periodista que “invente” (en el mejor sentido de la palabra); que “no hay mucho más para contar”. Me esperaba con unas transparencias sobrevivientes del arte de tapa de la edición porteña a carga de Oscar Smoje (que no es igual a la de Simon & Schuster ni a la edición limitada que salió en Japón antes) y con una fotocopia del contrato original. Es un contrato exactamente igual a cualquier otro pero, en estas circunstancias, tiene otro espesor.
Detalles que saltan a la vista:
-está firmado el 9 de julio de 1970
-resaltan en bold las palabras Yoko Ono, Grapefruit , Ediciones de La Flor S.R.L, Callao 449, Buenos Aires y Spanish
-también estas cifras: U$ 500 (el adelanto que De la Flor le pagó a Simon & Schuster), 7 ½ % (el royalty que le correspondía liquidar al editor porteño), 10 % (el royalty que correspondía liquidar a partir de las cinco mil copias)
Recién ahora, treinta y ocho años después, y en caso de que Divinsky reeditara el libro (cosa que no suederá) el royalty alcanzaría el 10%. En ese lapso de tiempo De la Flor apenas pudo colocar la primera y única edición de Pomelo. De hecho, el libro parecía agotado algunos años atrás pero una caja cerrada con ejemplares de Pomelo hallada por casualidad en el depósito de De La Flor estiró el último aliento.
Se impone, cómo no, el juego de las preguntas y las respuestas.
-¿Cómo surgió la idea de editar Pomelo?
-En primer lugar en ese momento yo tenía veintiseis años y era un beatleano fanático. Más aún, te diría que en el sector socio-cultural y económico en el que me movía no podía no serlo. Hasta hoy podría recordar la casa de cada novia que conocía por algún tema. Para el grupo en el que yo me movía el himno nacional era la media hora de los Beatles de Modart en la Noche. Así es que debo haber leído en alguna revista, no recuerdo en cual, sobre el libro y me interesé por ver quien lo había editado. Resultó que era Simon & Schuster que estaba representada acá por International Editors, que en realidad era un yugoslavo de nombre Nicolás Costa con una oficina en la calle Cabildo. El me trajo el primer ejemplar que tuve—que era de tapa dura con una sobrecubierta en tela—y el libro me gustó mucho, me pareció sobre todo muy divertido. El chiste de la presentación de John Lennon (“Hola, soy John Lennon, les presento a Yoko Ono”) fue muy usado por la editorial para presentar otros libros. Toda la idea en general de Pomelo me parecía una actualización del surrealismo que tanto me había influenciado. Así fue que a través de International Editors conseguimos los derechos para editarlo en español en Argentina y el resto de América Latina.
-¿Qué repercusión tuvo?
-Ninguna. Mínima. Sirvió, eso sí, para darle a la editorial una fama de locura, de audacia. Pero era obvio que iba a pasarnos eso…
-¿Por?
-¡Por qué Yoko Ono era la persona más odiada del planeta ese año 1970!
-¿Supiste alguna vez si ella vio la edición argentina?
-Al poco tiempo de la salida de Pomelo, semanas te diría, nos fuimos de viaje de no-bodas con Kuki Miller, mi compañera, a Londres. Yo andaba con un tapado increíble que me había comprado en Carnaby Street y se me ocurrió ir a visitar la tienda Apple. Entré y pregunté directamente por Yoko Ono. Los hippies que atendían se extrañaron por la pregunta porque lógicamente ella no estaba ahí nunca. Les expliqué que era el editor argentino de Pomelo y me pasaron un teléfono en un papel. “Está en Liverpool con John”, me dijeron. Así como te lo cuento me metí en una cabina de teléfono y marqué el número. Era verdad. Alguien que atendió el teléfono me pasó con ella…Tenía una voz finita y estaba encantada con la edición y con la traducción. ¿Sabes que me dijo?
-No, ni idea…
-Me dice: “Porque no se vienen a pasar el fin de semana a Liverpool así nos conocemos”. Bueno, no fuimos, teníamos otro plan. ¡No se puede creer!
-Pero ella después vino en los 90 a presentar una muestra en el Museo de Arte Moderno. ¿No la conociste ahí?
-Tuve ganas…pero no sé…algo me dijo que no tenía que hacerlo. Y dejé pasar la oportunidad otra vez…
-¿Qué es Pomelo en tu catálogo?
-Yo creo que representa algo muy de ese momento que no debiera haberse perdido y que va más allá de la editorial. La vocación por la innovación, el empuje de un snobismo necesario que siempre nutrió a las vanguardias.
Fragmento de la imperdible “Réquiem para un libro agotado. La historia de Pomelo, de Yoko Ono”, de Fernando García, en la revista La Mano, nº 62, Mayo de 2009.
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