sábado, 15 de agosto de 2009

Las reglas del cuerpo

Diálogo entre Georges Vigarello y Michel de Certeau


Georges Vigarello: A menudo presentas la historia, el trabajo del historiador, como una tarea de reconstrucción del pasado y, al mismo tiempo, como una búsqueda de cuerpos. La historia sería entonces una recomposición de vestigios que permiten fabricar un cuerpo (ficticio desde luego) que viene a sustituir la ausencia del que ya pasó. Esto plantea al menos dos cuestiones: la de un uso muy metafórico del cuerpo y sobre todo la de la condición de ese objeto, siempre construido, elaborado.

Michel de Certeau: Me haces recordar una experiencia extraña, ocurrida durante un coloquio científico consagrado al cuerpo. Por todas partes buscábamos el cuerpo y en ningún sitio lo encontrábamos. El análisis no revela sino fragmentos y acciones. Descubre cabezas, brazos, pies, etcétera, que se articulan en diferentes maneras de comer, saludar, cuidarse. Se trata de elementos ordenados en series particulares, pero uno nunca encuentra el cuerpo, El cuerpo es algo mítico, en el sentido de que el mito es un discurso no experimental que autoriza y reglamenta unas prácticas. Lo que forma el cuerpo es una simbolización sociohistórica característica de cada grupo. Hay un cuerpo griego, un cuerpo indio, un cuerpo occidental moderno (habría todavía muchas subdivisiones). No son idénticos. Tampoco son estables, pues hay lentas mutaciones de un símbolo al otro. Cada uno de ellos puede definirse como un teatro de operaciones: dividido de acuerdo con los marcos de referencia de una sociedad, provee un escenario de las acciones que esta sociedad privilegia: maneras de mantenerse, hablar, bañarse, hacer el amor, etcétera. Otras acciones son toleradas, pero se consideran marginales. Otras más están incluso prohibidas o resultan desconocidas.
En primera instancia, un tipo de cuerpo se define por medio de un sistema de opciones respecto a sus acciones. Pero también está definido por un conjunto de selecciones y codificaciones relativas a registros aún más fundamentales, como los límites del cuerpo (¿dónde termina?), las maneras de percibirlo y pensarlo (¿a través de sus actividades exteriores, su superficie, la apertura de su interior?), el desarrollo de los sentidos (¿el oído, el olfato, la vista?), etcétera. Cada "cuerpo" sería la combinación de estas determinantes.


En una palabra, cada sociedad tiene -su cuerpo-, igual que su lengua, constituida por un sistema más o menos refinado de opciones entre un conjunto innumerable de posibilidades fonéticas, léxicas y sintácticas. Al igual que una lengua, este cuerpo está sometido a una administración social. Obedece a reglas, rituales de interacción y escenificaciones cotidianas. Tiene igualmente sus desbordamientos relativos a estas reglas. Como la lengua, el cuerpo es usado unas veces por los conformistas, otras veces por los poetas. Incluye, pues, mil variantes e improvisaciones en el interior del marco particular que comparaba yo con un teatro de operaciones. El conjunto a la vez codificado y móvil que forma este cuerpo no se puede aprehender, y sucede lo mismo con la lengua. Uno capta realizaciones particulares, que serían los equivalentes de frases o de estereotipos: comportamientos, acciones, ritos. Sin embargo, el campo de posibilidades y prohibiciones que el cuerpo constituye en cada sociedad no puede representarse. La multiplicidad misma de estas determinaciones sociohistóricas lo convierte en un objeto evanescente. Este cuerpo, tan estrechamente controlado, es paradójicamente la zona opaca y la referencia invisible de la sociedad que lo especifica... Ésta se consagra a codificarlo sin poder conocerlo. Esta lucha nocturna de una sociedad con su cuerpo está hecha de amor y de odio: de amor para ese otro que la sustenta, y de odio represivo para imponer el orden de una identidad.


De este cuerpo huidizo y diseminado, si bien reglamentado, cada grupo tiene necesidad de tener marcas e imágenes que posean un valor topográfico y canónico. Son representaciones sustitutas, "ficciones" de cuerpos, si restituimos al término "ficción" el sentido de producción. Estos sucedáneos tienen la doble función de representar el cuerpo por medio de citas (extractos representativos) y de fijarlo según unas normas con la ayuda de modelos. Tienen una función análoga a la de los "ejemplos" que, en una gramática, proporcionan asimismo representaciones fragmentarias de la lengua y modelos para su uso correcto. Aquí interviene, me parece, lo que decías a propósito de la historia. Como el derecho o la medicina, pero a su modo, la historia produce simulacros de cuerpos que poseen al mismo tiempo un valor representativo y un valor normativo. Estos simulacros corporales exorcizan la perturbadora incógnita del cuerpo y le reemplazan con imágenes una objetivación ficticia, a la vez que, por la selección de la que resultan, por la fascinación que ejercen, por la autoridad "científica" que presentan, adquieren un alcance canónico. Estas producciones de la historia serían ficciones reguladoras.
Habría que analizar cómo la historia procede a estas fabricaciones de cuerpos. Estas se refieren, para empezar, al deseo que tiene la historia de "dar cuerpo" a su discurso y hacer de su lenguaje un cuerpo, casi un cuerpo.


En realidad, lo que se produce a partir de estos "rastros", a partir de fragmentos y residuos -los archivos y los documentos-, son topografías que cotejan, dentro de un mismo cuadro, conductas típicas. Bajo su forma narrativa, el texto histórico ensarta, como perlas, una serie de acciones que ha seleccionado y que da valor. Compone así, de manera más o menos alusiva, una cartografía de esquemas corporales: maneras de mantenerse, reñir, reunirse, saludar, etcétera. Con sus citas de cuerpos, el texto histórico no presenta el cuerpo de una sociedad, en el sentido que proponía yo hace rato, sino el sistema de convenciones que define a esta misma sociedad. Sustituye el funcionamiento social del cuerpo físico con las reglas (la "urbanidad") de un cuerpo social. Trabajo alquímico de la historia: transforma lo físico en social; toma prestado de lo físico para construir los modelos de lo social; produce imágenes de la sociedad con fragmentos de cuerpos.
Para ser exacto, debería yo agregar que esta operación histórica está organizada en secreto por la experiencia corporal de su autor. El texto que escenifica modelos sociales tiene como contrapunto determinante las estructuraciones oscuras (colectivas e individuales) del cuerpo del historiador.


Así, para tomar un ejemplo célebre y extremo, la obsesión de la sangre femenina, la exorbitancia visual, la fascinación de la blancura, etcétera, en Michelet. Desde este punto de vista, la situación se invierte. El cuerpo social presentado por el discurso se convierte en la metáfora de impulsos y tendencias psicosomáticas. Este cuerpo es la escena donde éstos reaparecen, como los fantasmas que serían su ley secreta. Retorno del cuerpo en el texto. Este fenómeno también puede analizarse, aun si el historiador no es Joyce. Indica al menos que los modelos de cuerpos sociales están habitados por otro cuerpo, diseminado y por tanto estructurante. Nos lleva a la lucha nocturna que evocaba yo; pero ésta aparece aquí en el interior mismo del discurso histórico, como un combate entre la producción de simbologías sociales organizadoras de formas y las irrupciones disfrazadas con un cuerpo salvaje y singular que intenta también imponer su ley.

Fragmento de un diálogo de Georges Vigarello con Michel de Certeau.
Fuente.

Las imágenes que acompañan al texto son detalles de un retrato de la pornostar existencialista Sasha Grey realizado por el grupo Mondongo.